martes, 26 de septiembre de 2017

Una casa deprimente.

Entrar en casa es como hacerlo en una profunda y siniestra, sima ¡Está todo negro! ¿A ver qué hago yo ahora? La Cotilla me ha dicho que deje las paredes así hasta que "encuentre" otras cajas con pintura de color más alegre. - ¿Cree que esas cosas nacen, por generación espontánea, junto a los contenedores de basura cuando se necesitan? - Cosas más raras se han visto, boba de Coria. - Sobre todo si  usted ronda por allí. - ¿Me estás queriendo decir algo?

Aquel ambiente de negritud no me animaba para seguir una discusión y solo pensaba en salir a la calle a ver el sol, los colores, en fin, la vida. - Eso es lo que tienes que hacer. Salir y que te vean. Te anuncias, te promocionas y verás como, dentro de poco, tendrás un biznieto. Si es que no sé que haríais sin mi. - No me tire de la lengua, Cotilla

Incluso Pascualita estaba mustia. Y eso que debería estar acostumbrada a la oscuridad al tener su hábitat en las profundidades del mar pero, claro, hace tanto tiempo que salió de allí que ya no lo recordará. Así que la metí en el termo de los chinos, me lo colgué del cuello y nos fuimos a la calle.

Nos sentamos en la Rambla a ver pasar la gente. Cientos de turistas que seguían a sus guías de acá para allá por la ciudad, venía hacia nosotras. La Rambla, que hasta hace poco llevaba el nombre de los Duques de Palma, temblaba con el peso de cientos de pisadas. De repente tuve miedo a que se abriera el suelo y nos tragara. Por eso me acerqué a la fuente, un elemento de mi niñez y me agarré al petril. Apenas oí el ¡chof! y no le presté atención.

Cuando el tropel extranjero hubo pasado aproveché para largarme de allí. - Hale, Pascualita, vamos a tomar un laccao. Al mirar abajo no la vi. El termo estaba vacío ¡La sirena se había fugado! Busque por el suelo, bajo las hojas caídas de los árboles, en el bolso... Temía ver en el suelo la mancha inequívoca de un cuerpecillo chafado pero, lo que vi fue igual de espantoso: La sirena flotaba, lacia, entre dos aguas. - ¡Oh, nooooo! ¡Contéstame! - La tripa de Pascualita estaba hinchada, llena de agua ¡dulce! Su horrible color a ahogado estaba más acentuado y yo me temía lo peor.

Con disimulo, la metí en mi bolso y agachándome sobre él, le hice el boca a boca. ¡Que asco! Llevo todo el día con sabor a pescado. Poco a poco fue reaccionando hasta recuperarse del todo. Yo estaba felíz y quise celebrarlo - Le pedí al camarero dos laccaos - En tazas, por favor. - Me miró como a un bicho raro. - ¿No los quiere con cañita? - No. - Se fue remugando por lo bajo contra las rarezas de la gente. Cinco minutos más tarde me estaba arrepintiendo de haber salvado a la sirena. Siguiendo con su costumbre, Pascualita saltaba dentro de la taza y el batido de chocolate salpicaba mesas, sillas y me ponía perdida la blusa blanca de volantes. Salimos corriendo de allí, antes de que volviera el camarero y me pusiera a parir por guarra.

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