sábado, 26 de mayo de 2018

Un día de mercado.

Me he pasado por el mercado a comprar sardinas. - ¿Son frescas? (le he preguntado a a pescadera) - ¡Fresquísimas! Todavía saltan. - Y mientras hablaba iba metiendo sardinas en una bolsa de plástico. - ¡Oiga, solo quiero cuatro! - Ah, vale. Cogeré una bolsa más grande, no se preocupe. - ¡No, no, noooooo Que son para mí sola! - Pues tiene usted un tipito muy mono para comer tanto. -

La mujer seguía a lo suyo. Pesó la bolsa - Pasa un poquito de los cuatro kilos... ¿se lo dejo así? - ¡Me da igual porque no voy a llevarme nada! - ¡¿Cómo dice?! ¿Se está riendo de mi? ¡Llamad al municipal que aquí hay una graciosa que solo viene a hacerme perder el tiempo! - ¡Usted es una aprovechada! - ¡Tenga sus sardinas! ¡Son quince euros! - ¡¡¡Métaselas dónde le quepan, sorda!!!

Mientras la discusión se generalizaba entre compradores y vendedores, el termo de los chinos, que llevaba colgado del cuello, empezó a moverse. Pascualita no quería perderse el sarao.

El municipal que estaba de guardia ese día no era otro de que Bedulio. En cuanto me vio en el epicentro del jaleo dijo - Debí suponer que eras tu la del follón. - ¡Oye, que yo no he empezado la cosa!. ¡Ha sido la sorda ésta! - ¡¿Sorda yo?! Como salga de la parada te arranco los pelos, desgraciada! - ¡Atrévete si tienes ovarios! - ¡¡¡Señoraaaaas, calmaaaaaa, calmaaaaaaaaaa!!!

La pescadera apoyó una mano en la piedra del mostrador y saltó olímpicamente. Al quedar a mi lado me cogió del pelo y ahí nos enzarzamos las dos. - ¡¡¡Te vas a llevar las sardinas como que me llamo Catalinaaaaaaaa!!! - Bedulio y algunos de los pescaderos intentaron separarnos pero se llevaron una tanda de patadas en las espinillas que se les saltaron las lágrimas.

Era tal la muchedumbre que nos rodeaba que muchos aprovecharon para echar pescados y mariscos a sus cestas sin que nadie las viera. Una de ellas, como supe después, fue la Cotilla: tres langostas, gambas, ostras y gallos que vendió más tarde a la hora de sus trapicheos.

De repente un grito estremecedor nos paralizó a todos. Todavía con las manos llenas de pelos, la pescadera y yo nos miramos atónitas. Nadie, salvo yo, supe a qué se debía ¡¡¡Pascualita hacía de las suyas!!!

No se salvó ni Bedulio. Tuvieron que acudir las ambulancias a llevarse gente con hinchazones descomunales en partes de sus anatomías. Narices, orejas, caras, manos, pechos, nalgas, entrepiernas (estos lo pasaron peor porque tardaron días en poder caminar bien) etc. etc. - Nadie se explicaba qué había ocurrido. Alguien gritó: ¡¡¡ANTRAX!!! Y hubo desbandada general.

Mientras yo buscaba, frenética, a la sirena, la pescadera se me acercó con la bolsa de sardinas. - Anda, dáme cinco euros y te las llevas todas. - Y ahí estaba Pascualita. Comiéndo sardinas. Las metí en la cesta y me paré a comprar pimientos y tomates para la buena ensalada. Al llegar a casa la tripa de la sirena soportaba casi un kilo de sardinas. No podía más pero, la egoísta, me enseñó los dientes de tiburón cuando le quité el paquete.


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