viernes, 25 de mayo de 2018

¡Vergüenza!

- "Nena, cuando vayas al súper compra kleenex. Veinticuatro docenas por lo menos." - ¿Vas empapelar la casa con pañuelos de papel? - "Son para Andresito. ¡Que hartura de hombre! Si llego a saber la de horas que puede pasarse llorando éste hombre ¡a buenas horas me hubiese casado con él!" - ¿Tan mala vida le das a mi pobre abuelito? ¡Contente un poco, pobrecillo! - "No es por eso, aunque me están entrando ganas de tirarlo de cabeza al mar desde lo alto de la Torre del Paseo Marítimo, para ver si se calla de una vez"

- "Andresito, ante las sentencias del Caso Gurtel, ha sentido caer sobre sus espaldas la desfachatez de los jerifaltes de su Partido y se muere de vergüenza. Estoy harta de decirle que él no tiene la culpa. Que no ha hecho nada malo ¡Y venga llorar!" - Aayyyyyyyyy, que amoroso... - "¡Empalagoso!. Fíjate que su madre, esta mañana, le ha arreado dos tortas que han resonado en toda la casa, mientras le decía: ¡Toma, ahora sabrás por qué lloras! Le he explicado que ya lo sabía pero, como se le va un poco la olla, dice que eso es un buen remedio para acabar con la llorera. - Cuándo era más pequeñito yo arreglaba así éstas cosas. - ¿Y ha funcionado? - "Pues sí. Supongo que habrá sido debido a la sorpresa"

- "Prepara cola caos que vengo a desayunar contigo. Mientras, Geoooorge se ocupará de secar los charcos de lágrimas del suelo"

Mientras dábamos buena cuenta de las ensaimadas, la abuela, Pascualita y yo, comentábamos la actualidad. La sirena, según su libre albedrío, hacía la señal de OK a lo que hablábamos... o no. - Pensé que vendría el abuelito. - "Vendrá luego. Ha ido a darse de baja del Partido. Solo así podrá mirar a la gente a la cara, dice"

Andresito llegó, aliviado. - ¡Me siento un hombre libre! ¿Hay ensaimadas para mi? - "¡Claro!" - Pero de claro, nada. Pascualita, mientras nosotras arreglábamos el mundo, dio buena cuenta de las que quedaban. Solo se salvaron algunos trozos. Esa fue la gota que desbordó, de nuevo, el vaso del abuelito. - ¡Hasta mi familia pasa de mi! ¡¡¡BUAAAAAAAAAAAAA!!! - Y gruesos lagrimones corrieron mejillas ajadas abajo, llenando el suelo de la cocina de charcos en los que se mezclaban las lágrimas con los mocos.

Nosotras nos vimos impotentes porque no podíamos decirle quién había sido la tragona y quedamos fatal. El, sintiéndose menospreciado, no aflojaba en su llorera y la abuela, harta de oírlo, le aplicó (yo diría que encantada) la receta de la Momia: dos tortas bien dadas. Y fue mano de santo.

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