lunes, 2 de abril de 2018

Buscando gangas.

¡Oh, Dios míiiiiiiiioooooooo. No puede seeeeeeer! Me ha crecido la cinturaaaaaaaaaa. ¿Y ahora qué hago yo? No puedo comprarme ropa, las rebajas ya se han terminado ... aunque tal vez quede alguna tienda que todavía las tenga.

Después de desayunar un cola cao con pan tostado con aceite y tomate, un vaso de naranjada natural, una ensaimada que trajo la Cotilla hace una semana, un poco de queso, un plátano que estaba a punto de caducar y un vaso de agua para terminar de llenar el estómago, me he ido con Pascualita a la búsqueda de ropa a precio de saldo.

Me he pateado tooooooda Palma, entrando y saliendo de tiendas de todo pelaje, hasta que no me ha quedado más remedio que hacer una parada técnica en un bar de la Plaza Santa Eulalia.

Sentada a la sombra de los plataneros, viendo pasar gentes del mundo entero, mientras daba buena cuenta de un trozo de coca con pimientos asados, un helado de chocolate y un café con leche con dos magdalenas. Pascualita, guiada por su instinto, ha saltado del termo de los chinos que yo llevaba colgado al cuello, a la taza del café con leche justo cuando pasaba a mi lado el camarero.

La onda expansiva lo bautizó y yo tardé ná y menos, en liar a la sirena en una servilleta de papel y guardarla en el bolso. El hombre se miró de arriba abajo y luego se encaró conmigo: - ¡¿Qué hace?! - No he sido yo... - ¡Tendrá cara la tía! - Oiga, que los clientes siempre tienen razón. - El camarero siguió poniéndome a parir y a mi me repateaba porque no había sido culpa mía.

La gente de las terrazas de la plaza nos miraban. Algunos movían la cabeza desaprobando mi conducta. - ¡¡¡Que no he sido yo!!! (les grité) Y usted, traiga la cuenta. - Me la dio en mano y se quedó clavado ante mi. - Esta no es mi cuenta... - Ya lo creo (el camarero estaba en plan borde) - No pegaré esta cantidad ... - Ya lo creo (repitió el tio borde) - ¡Llamen a un guardia! (grité de nuevo)

Vino un municipal, compañero de Bedulio. - ¡Oh, no! (dijo al verme) - El camarero le contó su versión de los hechos y yo la mía. - La señora tiene razón. El precio es desorbitado. - Está incluido lo que tendré que pagar en la lavandería. - Ah... si es así... - ¡Ni así, ni asá! Yo no pago eso porque no he hecho nada. - El municipal se giró hacia la gente que aguardaba el veredicto, expectante. - ¿Alguien ha visto lo que ha pasado? - ¡¡¡Siiiiiiiii!!! (rugió la plaza) - ¿Ha sido ella? - ¡¡¡SIIIIIIIIIIIIIIIII!!!

Yo seguía en mis trece. Entonces el compañero de Bedulio, estremeciéndose, me preguntó - Si no ha sido usted... ¿ha sido su abuelito primero? - Vi el cielo abierto. - ¡Exacto! ¡Y está sobre el platanero, enfadadísimo!

El municipal pagó la factura y murmuró algo así como: - ... se lo cobraré a Bedulio...No quiero problemas con espíritus cabreados...

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