sábado, 31 de marzo de 2018

El huracán.

Cuando la Cotilla ha venido de sus trapicheos nocturnos se ha dejado abierta la puerta de la calle y se ha ido a la cama tan pancha. A media noche, al ir al baño, en mitad del comedor he visto la silueta de una persona.

Se me han erizado los pelos del cogote. Una descarga eléctrica, del cerebro a los pies, me ha sacudido con fuerza. He abierto la boca y de lo más hondo de mi ser ha salido un grito desgarrador. Un quejío que ha atronado la escalera, de la entrada a la azotea. Y para colmo de males, la ventana que siempre dejo entornada por si algún día hay un escape de gas, se ha abierto de par en par debido al vendaval que nos ataca y se ha puesto a batir furiosamente.

- ¡Calla, loca! Soy Bedulio. - gritó la silueta del comedor. En mi locura, que el miedo alimentaba, creí que se trataba de un espectro y mis gritos se redoblaron - ¡¡¡BEDULIO HA MUERTO, BEDULIO A MUEERTOOOOOOO!!! - La voz airada de un vecino me corrigió. - ¡¡¡SE DICE CHANQUETE, ATONTADAAAAA!!!

Encendí la luz. El comedor estaba lleno de espectros en camisón o pijama... Eran los vecinos y vecinas, enfurruñados de nuevo conmigo. - ¡Vamos a recoger firmas para echarte del edificio! ¡Aquí no hay quien duerma!

Corrí a cerrar la ventana. Algo pasó volando junto a mi cara y cayó en el árbol de la calle. - ¡Qué ha sido ESO! (preguntó Bedulio a quien el valor se le estaba terminando) ... ¿Tu... abuelito? 

¡¿Pascualita?! (pensé) No puede ser. Está durmiendo en el acuario... ¿o no? Fue que no. ¿Qué hacía fuera del agua a éstas horas de la noche? ¿Tendrá insomnio, o una doble vida?

La llamé a gritos. - ¿A quién llamas? (la voz somnolienta de la Cotilla sonó a mi espalda) - A Pasc... ual. - ¿Le estás poniendo los cuernos a tu abuela con su querido? ¡Esto se lo tengo que contar a mi amiga! Despídete de la Torre del Paseo Marítimo, degenerada. Será para mi.

El viento zarandeaba los árboles con mucha fuerza. Una gran rama se partió, cayó a la calle y fue empujada por las fuertes ráfagas. Salí como una flecha a la calle y corrí hasta alcanzarla. ¡Allí estaba Pascualita! agarrada con manos y dientes para no salir volando.

La metí en el bolsillo de la bata e intenté volver a casa pero me fue imposible. El viento huracanado me empujaba ¡hacia el mar!. Fue como si me tirasen puñados de arena a la cara. No podía abrir los ojos. El mar rugía. Pascualita se revolvía, furiosa, en el bolsillo. ¡Tenía tan cerca el camino a su hábitat que quería saltar! Unos brazos tiraron de mi. ¡Bedulio y los vecinos hicieron una cadena humana para salvarme! Claro que, a pesar del ruído del huracán, me llegaban retazos de sus voces - ¿Para qué la salvamos?... ¡Eso digo yo?... ¡Lo ha dicho el Municipal!... ¿Qué hacemos aquí? ... ¡Oiga, me quiero ir a casa! ... ¡Yo la suelto!...

Pascualita saltó, cayendo sobre el pecho del más pejiguero de mis vecinos, que gritó como un energúmeno al ser mordido y más aún, al sentir el desgarro cuando tiré de la sirena.

Mientras saltaba de dolor, su mujer le recriminó que hiciese el indio por la calle, a esas horas. Al pasar bajo una farola todos vimos la enorme hinchazón en uno de los pechos del hombre. Ella gritó, horrorizada. - ¡Nicomedes! ¿Desde cuando te pones hormonas, so jodío? ¡Tira pa casa que ya te daré yo hormonas!

No hay comentarios:

Publicar un comentario