domingo, 25 de marzo de 2018

Un chino en casa.

El señor Li no ha hecho caso del cambio de hora y se ha presentado a las siete de la mañana en casa ¡A las siete que ayer eran las seis! Cuando he abierto la puerta lo he puesto de vuelta y media - ¿Se ha creído que esto es un local de 24 horas? Aquí se duerme, señor mío ¡cuando me dejan los pelmas como usted! - Se ha mostrado conciliador. - Tu dolmil y yo milal gambas goldas que decil Cotilla tu tenel en acuario de algas. - ¡¿La Cotilla se ha ido de la lengua?! ¡La matooooooo! - Oh, no matal. Ella contal cosas a mi. Hale, hale, a dolmil. Yo cogel silla y vel gambas goldas.

¡ ¿Cómo voy a dormir con usted aquí?! ¡Ni hablar. Mi casa es mi castillo y yo, como castellana, lo mando a freir monas! - El chino abrió todo lo que pudo sus ojos oblícuos y exclamó - ¿Monas fleilse?... ¿Con ajo?

Sonó de nuevo el timbre de la puerta. Era Bedulio. - Los vecinos te han puesto una denuncia porque dicen que sales a jaleo por noche y no pueden dormir. - Son unos exagerados. Yo duerno a pierna suelta así que ya me dirás de qué jaleo hablamos.

Pasamos al comedor. Allí estaba el señor Li vigilando los movimientos de aquellos bichos que salieron de su tienda. Los dos hombres se saludaron y se hicieron compañía uno al otro.De repente, Pascualita, harta de no ser el centro de atención como le gustaría, salió disparada hacia el techo con el que estuvo a punto de chocar. Después hizo una rápida exhibición de tirabuzones y saltos mortales a cual más espectacular. Si en esos momentos alguien le preguntara al señor Li o a Bedulio ¿qué era esa cosa que zumbaba en el aire y se movía a la velocidad del rayo? no sabrían qué decir. Estaban boquiabiertos intentando comprender pero, nada. Que si quieres arroz, Catalina.

En un momento de descuido lancé el trapo del polvo sobre Pascualita y así fue como pude cogerla. Después todo fue como coser y cantar. Metí a la sirena en el bolsillo de mi bata y entré en la cocina a tomarme unos lingotazos de chinchón que compartí con ella, cosa que me agradeció arreándome un mordisco en un dedo. Desde entonces no puedo meterme ese dedo en la nariz. No cabe.

 


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