lunes, 30 de abril de 2018

¿Primavera? ¡Ja!

Vestida de primavera, como se usaba en los remotos tiempos de juventud de la abuela, solo le faltaba el abriguito de piqué, ha llegado a casa seguida por Geoooorge cargado con una bandeja de ensaimadas recién horneadas y temblando como una hoja en la tormenta.

- "Sácame de dudas, nena ¿no estamos en Primavera?" - Estamos. - "¿Seguro que el calendario que tienes en la cocina es de éste año?" - Sí, abuela. - "¿De 2018 después de Cristo?. Algo está equivocado porque estoy helada. Prepara cola caos calientes para desayunar. Mientras déjame un anorak de los gordos  a ver si se me pasan los tembleques."

También el inglés, y mira que ellos tiene un tiempo en su isla como para salir corriendo, tiembla de frío. - Vale que mi abuela, que tiene más años que Matusalem, esté destemplada, pero tú eres joven... ¿A qué veníais con las ventanillas del rolls royce bajadas? - Nou, boba de Coria... - ¡A mi no me llames así o te doy un guantazo que ingresas al brexit si tocar con los pies en el suelo! - Si tú pegar, yo decir a madame que tu decir que ser más viejau que Matusaleno. - ¡Esa palabra no ha salido de mi boca, inglés de las narices! - ¡Oh, yes!

Le arreé una patada en la espinilla para reforzar mi negativa. En esos momentos, la abuela vestida de esquimal, entró en la cocina con Pascualita en la mano. - "¿Qué pasa aquí? ¿No se os puede dejar solos ni un momento?" - Estamos bromeando... ¿verdad, Geoooorgito? - Ayyyy... yes, madame...

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Lo sé todo! ¡Tu nieta ha dicho que tienes más años que Matusalem! - "¿QUEEEEEE?" - ¡Es mentira! ¡La Cotilla no estaba! - Te he oído desde el ascensor! - ¡¡¡MENTIRA PODRIDA!!! - "¿Qué dices a esto, Geoooorge?" - ¡A él no le preguntes! (grité) - Cotilla decir verdad, madame. - No tuve tiempo de huir. El pescozón hizo rebotar mi cabeza contra el frutero, donde la abuela había dejado a Pascualita disimuladamente. El bicho, encantado de hallarse en mitad de un follón, decidió intervenir en favor de su amiga y saltó hacia mi, pero me aparté rápidamente y cayó en la cabeza de la Cotilla. Unos segundos después y sin que nadie supiera qué había pasado, la vecina estaba monda y lironda.

Mientras gritaba, corría, moqueaba, saltaba, lloraba a lágrima viva, fui tras ella, arranqué a la sirena del cuero cabelludo de la Cotilla y la lancé a través del comedor, donde rebotó contra el espejo del aparador y acabó donde yo quería, dentro del acuario.

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