sábado, 15 de junio de 2019

Cinco euros con setenta céntimos.



Pascualita y yo compartimos el gusto por las costras de pan crujientes. Si la sirena escucha el crac, crac del pan al cortarlo, salta como un resorte enseñando sus dientecitos de tiburón y no me queda más remedio que compartirlo con ella porque es muy rencorosa y tiene una memoria de elefante con lo cual, si no se venga hoy de haberla dejado sin costra, se vengará mañana.

Antes de que el sol caliente, salgo a pasear con Pascualita dentro el termo de los chinos que llevo colgado del cuello.

Solemos acabar en la Catedral, delante del mar, aunque a una distancia prudencial  del mismo. Ella aspira con avidez el olor marino. Abre, más si cabe, sus ojos redondos de pez, mirando al horizonte. De vuelta a casa apenas se mueve, absorta en sus pensamientos. Intento animarla: pasaremos por el mercado y te compraré un calamar congelado ¿qué te parece?

Andando por las viejas calles de Palma me ha llamado la atención una tienda nueva que, en su pequeño mostrador, tenía expuestos unos panes redondos, altos, con una pinta de crujientes que me han echo salivar de gusto. - ¡Mira, Pascualita! (susurré en la boca del termo)

Asomó un poco la cabeza y ¡de repente! saltó hacia afuera estrellándose contra el cristal de la tienda. Menos mal que nadie la vio porque, cuando quiero soy Pepa la rápida. El panadero se asomó y yo creí que lo hacía para ver si le habíamos roto el cristal. Por eso me sentí obligada a ser amable con él y entré en la tienda. - Hola... Quiero un pan. - Who, tú perdonar, mi españolo no se buena. - ¡Ostras, Pedrín! (pensé) ¡Un alemán!... Un pan (repetí) - Y me enseñó todos los modelos que tenía: - ¿Este?... ¿este?... - Redondo. - ¿Este? (seguía el hombre sin lograr dar con la forma REDONDA)

Hice un círculo con las manos y pareció comprender... Señaló un pan negro alargadito. - Redondo y alto (otra vez usé las manos) Finalmente y por eliminación, ¡acertó! Lo metió en una bolsa de papel, alargó una mano y dijo: ¡Cinco uros, setanta! Y yo me tragué un ¡COÑE!

Al llegar a casa corrí a la cocina. ¡La sirena y yo íbamos a darnos un festín de pan con algo! Pero, en cuanto lo saqué de la bolsa de papel se me cayó el alma a los pies. Solo tenía apariencia y color, por lo demás eran blando como un colchón de plumas... Nuestro gozo en un pozo y CINCO EUROS CON SETENTA menos en mi cartera.

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