jueves, 6 de junio de 2019

Oh, nooooo. Moderneces.

La abuela está nerviosa, histérica, a punto del soponcio. A venido a casa solo para dar vueltas y más vueltas al rededor de la mesa del comedor. - ¡Para ya que me estoy mareando! - Me ha hecho caso solo para entrar en la salita y sentarse en el sofá, luego en la butaca, de nuevo en el sofá, en la butaca, en...

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaa! - Cotilla, a ver si usted consigue que la abuela le diga qué le pasa.

Me marché a la cocina para no perturbarlas y pasé un buen rato charlando con Pepe, la cabeza jivarizada y Pascualita. Todo eran cábalas sobre qué era lo que tenía a la abuela descentrada. Fue Pepe quién me sugirió algo... Si, ya sé que no habla pero fue un momento mágico. Miré su carita tamaño llavero, su boca y sus labios cosidos como si fueran el recordatorio de los sabios refranes: En boca cerrada no entran moscas y Ojos que no ven, corazón que no siente. Cosa que, su caso es cierto pues ¡anda que no hace tiempo que alguien se comió su corazón después de  mandarlo al otro mundo!  Y sentí que me estaba mandando un mensaje. Claro que, como el pobre era de Papúa Nueva Guinea, no me he enterado de nada...

La Cotilla me llamó: - ¡Nenaaaaa! ¿Dónde estás? - Tuve el tiempo justo para lanzar a la sirena por la ventana de la cocina y perderla entre la fronda del árbol de la calle.

- La crisis de tu abuela la causa la "modernez" que se está poniendo de moda, de volver a hacer las cosas con sentido común: deshechar los plásticos, usar cestas para la compra, refrescos y lácteos en botellas de cristal retornables, etc. etc. - ¿Eso la perturba? - Sí. Cree que volveremos a los teléfonos fijos y a los "móviles" hechos con vasitos de danones y una cuerda. - ¿Y qué? - Pues que son cosas de nuestra juventud. Igual que las radios a las que se les fundían las bombillas, etc. etc. - Sigo sin entenderla, Cotilla. - Porque eres más corta que las mangas de un chaleco, boba de Coria ¿No te das cuenta que ésto nos pondrá en evidencia delante de la sociedad? La gente le preguntará por la forma de vivir, de usar unas cosas, del por qué de otras, etc. y descubriran, a poco que se lo propongan, la edad que tiene ¡¡¡Su tema tabú!!!

- ¡Ostras! No había caído en eso (dije mientras me alejaba a todo correr hacia la puerta) - ¡Hey, que tu abuela está en la salita dándole al chinchón para mitigar sus miedos!...

Bajé la escalera de cuatro en cuatro. Pascualita llevaba ya un buen rato en el árbol y podría caerse o ser picada por los gorriones... ¡Entonces la vi! A ella no, sino a la mujer que, gritando como una energúmena, llevaba a la sirena colgando de una oreja. Ni siquiera se enteró del tirón secó con el que arranqué a Pascualita, tal era el espanto que le causaba tener una oreja tan grande como la de un elefante africano adulto.

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