domingo, 2 de junio de 2019

El gran acuario.

Bien tempranito he ido hasta la playa a llenar bidones con agua de mar. He tenido que coger un taxi y hacer tres viajes de ida y vuelta porque ¡menudo acuario se trajo la Cotilla! es más grande que mi cuarto de baño.

Estoy segura de que nadie me ha visto trajinar los bidones. Así evito habladurias y preguntas impertinentes de las vecinas. Cuando estaba a punto de subir los cuatro últimos bidones, se ha acercado un compañero de Bedulio y, curioso, ha indagado como si de un interrogatorio policial se tratara.

Como no me gusta mentir a la autoridad porque las mentiras tienen las patas muy cortas, conté toda la verdad y nada más que la verdad. - ¿Así que una sirena, eh? - Sí, señor. Pequeña y repelente, ya le
 digo. ¡Una birria! - Mire, ya está bien de hacerme perder el tiempo. O me dice la verdad o se viene conmigo al cuartel. - ¿Qué tienen hoy para merendar? (pregunté) - Pues... supongo que choped con olivas. - ¡Uf, quite, quite! Vale, le contaré la verdad. Me dedico al contrabando de agua de mar.

El municipal abrió unos ojos como platos: - ¿Eso es un negocio? - Ya lo creo. Y bien rentable que es. - ¿De eso se come? - ¡Claaaaaaro! - Bueno... pues... creo que eso no es delito. De todas maneras me pasaré a preguntar a mis superiores... No tendría que salir de su casa. - Tengo que ir al mercado, agente. Necesito col, coliflor y espinacas para hacer unos cocarrois riquísimos. - Vale, pero no tarde...

El acuario ya no está sobre el aparador sino en el suelo, bajo la ventana que da al balcón y al árbol de la calle. Lleno de agua de mar pesa un montón. Espero que el suelo del comedor no pase por ojo y me vea comiendo en la entrada de la finca.

Pascualita, sentada en el borde del florero chino que hay en la mesa, no nos quita ojo. Por fin vierto el agua del último bidón. Pongo arena en el fondo, conchas, el barco hundido, y un buen campo de poseidonia. Luego coloco a la sirena sobre mi mano y la animo a tomar posesión de su nuevo hábitat. Y haciendo un fantásticos saltos mortales con doble tirabuzón entra, límpiamente, en el acuario.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¿A qué no has comprado algún pececillo de colores? - Pues... - ¡Lo sabía! ¡Toma! - De su bolso sin fondo, la Cotilla sacó una bolsa con dos pececitos de colores y los metió en el agua mientras yo, mentalmente, me despedía de ellos con un Adiós a la Vida... Angelicos.



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