viernes, 13 de septiembre de 2024

El euro.

Bajando la escalera de casa me encontré un euro nuevecito. Parecía recién echo. Brillaba tanto que me deslumbró y tuve la sensación de haber hallado un tesoro, dejado por uno de aquellos piratas con pata de palo, que en las venas tenían ron y les faltaba el ojo y la mano que perdieron jugando a las cartas.

Entré en casa con una sonrisa profident en la cara. Desde su repisa de la cocina, Pepe el jibarizado preguntó si ¡por fin! tenía novio: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.

Al comensal de la Santa Cena, el de las treinta monedas, se le salían los ojos de las órbitas: - ¡Dámelo y te lo multiplicaré hasta el Infinito y más allá! ¡Hará juego con mis antiguas monedas! - Las tuyas no brillan...

Mantuvimos una discusión en la que yo porfiaba sobre el estado de mi moneda: - Quiere decir que, de ahora en adelante, tendré ¡un futuro luminoso! - Las mías tienen más solera... - Mientras estábamos en esas bajé la guardia. Pompilio llegó corriendo como siempre y ¡ZAS! se llevó el euro. - ¡Eh, ladrón! (grité enfadadísima) 

Algo pasó volando sobre mi cabeza... ¡¡¡PASCUALITAAAAA!!!  - aterrizó junto al coleccionista de calcetines víudos que, al ver la dentadura de la medio sardina, soltó el euro y corrió a su guarida.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaa! ¡Hombreeeee! Aquí está el euro que se me cayó ésta mañana (dijo, al entrar en casa la Cotilla y con toda su caradura, se lo quedó) - A la sirena no le supuso ningún impedimento tener que cambiar de rumbo. En un segundo llegó a la cabeza de la Cotilla y la dejó monda y lironda entre gritos y ayes.

Ahora es Pascualita la dueña del euro. Lo guarda en el barco hundido de la pila de lavar del comedor... ¡Cualquiera se lo quita!

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