Salgo a la calle y, de repente, siento que miles de ojos me observan. Miro. Son monaguillos vestidos de ídem.
Levanto los hombros, escondo la cabeza entre ellos para pasar desapercibida. Con alegría veo que en algunos ojos brilla la duda y respiro tranquila. De repente llegan otros miles de ojos, rasgados: la Mafia China del señor Li que, dirigiéndose a los dubitativos, les aclaran: - ¡Sí. Sel la Boba de Colia!
Corro para coger el autobús llevando cuatro garrafas vacías para llenarlas de agua de mar para la pila de lavar del comedor. Los miles de monaguillos y los miles de mafiosos vuelan de costado para ir viéndose reflejados en los cristales el bus. Algunos se estrellan contra las paredes o las farolas. Se nota que les falta rodaje.
La voz del árbol de la calle suena junto a mi oreja: - ¡Un patín nai ná. Un patín nai ná. Patinando la niña cayó. Se cayó y en el suelo se quedoooooooo! - ¿A qué viene èsto? - ¿No tenía que avisarte si había novedades? - ¿Esto quiere decir que las ha habido? - ¡Muñeca chochona para la señorita! Te iría mejor un novio pero se me han terminado.
De repente me da por pensar: - ¿Cuántos monaguillos hay en Palma? ¿cincuenta? ¿novecientos noventa y nueve?... ¿De dónde salen tantos?
Al llegar a la playa de Can Pere Antoni me costó mucho encontrar la orilla y llenar las garrafas porque la totalidad de la arena estaba ocupada por los miles de mafiosos chinos comiendo rollitos de primavera entre ola y ola.
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