lunes, 16 de septiembre de 2024

Una mano lava la otra.

Me acosté muy tarde esperando la llegada de la Cotilla para preguntarle por el escondrijo de las carteras robadas... pero no vino a dormir.

Por la mañana, el repiqueteo del teléfono me dijo que mi jefe había preguntado por mí y echaba chispas como un dragón medieval. Mientras daba vueltas en su despacho, se preguntaba a qué abuelo, o abuela, tan medieval como el dragón porque a los más modernos ya me los había "cargado", le ha tocado esta vez irse al Más Allá.

Galopé por las calles imitando a los trotones que compiten en el Hipódromo de Palma. No hay nada como imaginarte que eres caballo ganador ¡para ganar! Llegué sudando a mares y diciendo: - ¡Perdón, perdón! Sé que tendría que haber avisado pero me fue imposible porque la muerte de la quinta hermana de la tía Sinforosa, a la que toda la familia llamó siempre Sinfo, que era la madrina de mi tatarabuelo Pentecostés, al que apodaron Teco para abreviar, fue por sorpresa. 

- Rondaba los ciento sesenta años, muy bien llevados por cierto. Estaba como una rosa ¡Y lo que le gustaba cantar el Cucurrucucú Paloma al despertarse todas las mañanas! Que no lo hiciera hoy ha sido lo que le ha extrañado a un sobrino-tataranieto que había ido a desayunar con ella Laccao con ensaimadas. Era muy mallorquina. Los panaderos eran de los que más la lloraban porque ¡son ciento y pico de años comprando, cada día, en el mismo sitio y... - ¡¡¡BASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! 

Mi jefe es un sentimental. No puede oír hablar de desgracias personales.

Al volver a casa salí al balcón. El árbol de la calle preguntó: - ¿Te han echado? - Claro que no. - Este hombre es un santo... - ¿Qué sabes de las carteras que trajo la Cotilla? - Están con las raíces. La tía llegó con una pala, abrió un hueco en el alcorque y las metió allí. Sabe que guardaré su secreto porque ella, al cavar, dejó entrar aire fresco en la cavidad, que buena falta nos hacía.                    

No hay comentarios:

Publicar un comentario