viernes, 29 de junio de 2018

El torico.

Leí en el periódico de Teruel que en la ciudad ocurrían cosas extrañas. Desaparecían carteras. Era como una epidemia de peste bubónica extendiéndose por la ciudad antigua. A mi eso no me dijo ni fú ni fá y seguí pasando páginas hasta llegar al crucigrama. Es una costumbre que tengo y que pongo en práctica todas las mañanas mientras desayuno pero ¡ya estaba hecho!

- ¡¿Quién ha resuelto el crucigrama?! (la voz me salió histerica) - El vendedor. Por eso me ha costado más barato. - Miré a la Cotilla como si la viera por primera vez - ¿Eso es verdad? - ¿Por qué no va a serlo? Hemos llegado a un entente cordiale después de decirle que soy una pobre pensionista que apenas llega a fin de mes. - ¿Y tiene que ser, precisamente, hacer el crucigrama lo que abarate el periódico? - Es que es un forofo de esta tontá. Pues, hija, si puedo ahorrar treinta céntimos, buenos son.

- Abuela, que no lo compre más. Ya lo haré yo. - "Ni que te hubiera tocado la lotería, potentada" -

Propongo hacer un viaje por la ciudad a bordo del trenecito turístico. - ¿Hay que pagar? - Supongo, Cotilla. - Entonces iré caminando. - Allá usted.

La abuela, Pascualita y yo nos subimos a uno de los vagones en los que aún había asientos libres. De repente la abuela me dio un codazo. - "¡Mira quién es el cobrador!" - ¡La Cotilla! - "Qué mujer. Siempre sacando dinero hasta de debajo de las piedras para llegar a fin de mes" - Habrá ido a pedir trabajo al Ayuntamiento (pensé) - Dos minutos después vino un hombre pretendiendo cobrarnos de nuevo. Y todos, extranjeros y nacionales, le dijimos ¡tararí que te vi! y le hicimos una pedorreta general. - ¡Ladrones, aprovechados, sinvergüenzas! (le gritamos al presunto cobrador) Y nos sacó a todos a empellones.

Mientras nosotras nos quejábamos del trato recibido, la Cotilla llamó al móvil de la abuela diciendo que estaba en la entrada del mausoleo de los Amantes de Teruel, los de tonto ella y tonto él. Y remató con un: - Mientras venís me entretendré "haciendo" carteras.

- Abuela ¿es lo que me imagino? - "Sí" - Me acerqué a la fuente de la plaza para refrescarme y que no me diera un soponcio. La abuela hizo lo mismo y al inclinarse para echarse agua en el cogote, Pascualita resbaló del termo de los chinos y se dio un buen chapuzón de agua dulce.

Ese fue el momento en que se acercó un grupo de la tercera edad a fotografiarse. - ¡Que se vea el torico! (repetían) - Se me pusieron los pelos como escarpias. Ahora teníamos dos problemas: ¡que no vieran a Pascualita y que no nos pillara la vaquilla que habían soltado por la calle!

- ¡¡¡Corre, abuela, que nos pillará el toro!!! - Sin ninguna clase de miramiento, cogió a Pascualita por los pelo-algas y la metió en su escote. Corríamos calle arriba gritando como posesas - : ¡¡¡Que viene el torico, que viene el torico!!! - Acabamos siendo la atracción de cuantos paseaban o disfrutaban de las terrazas de los bares en aquel momento y nos aplaudieron como si hubiésemos cortado las orejas y el rabo a ese toro que no veíamos por ninguna parte. - La abuela y yo nos miramos aturdidas. ¿Eramos las únicas personas conscientes del peligro de un toro suelto por pequeño que sea?  Eso parecía. No tuvimos más remedio que pedir unos chinchones en el primer bar y ni aún así, entendimos qué pasaba.

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