viernes, 1 de junio de 2018

Andresito no tiene nada que celebrar.

Me han despertado unos gritos que sonaban en casa. Al darme cuenta de ello pensé que habían entrado ladrones y discutían por algo que a mi, recién salida del sueño, se me escapaba. También pensé que ¡menudos profesionales del robo! Mucho tendrían que aprender de la Cotilla. Y eso me dio una idea para que la vecina pudiera llegar a fin de mes holgadamente: dar clases particulares de Cómo ser finos en el trabajo.

A medida que me espabilaba reconocí las voces: eran los abuelitos en plena gresca. A punto estuve de darme la vuelta en la cama y seguir durmiendo pero el aroma de las ensaimadas me convenció de lo contrario.

La discusión transcurría a voces y con la puerta de la calle abierta. La hora: las seis de  la mañana. Por esto, algunos vecinos se juntaron en mi rellano para protestar: - ¡A ver cuando se podrá dormir en ésta finca! - ¡Pero si estos no viven aquí, solo la pesada de la nieta! - ¡Fuera, fueraaaaaaaa. Cada mochuelo a su olivo!...

Arrastré a los abuelitos hasta la cocina. - ¿Qué os pasa? - Tu abuela está empeñada en que celebremos la salida de los Pinochos del Gobierno ¡Y a mi no me da la gana! - "¡Que mal perdedor eres, Andresito!" - ¡Cada uno es cómo es y no tengo nada que celebrar! - Déjale, abuela, al fin y al cabo los que han perdido son los suyos... - "¡Tu no le sigas la corriente! ¿Qué hay de malo en que se tome unas copitas de chinchón con ensaimada con nosotras?" - ¡¡¡QUE NO QUIERO, HE DICHO!!! - "¡Qué cabezón eres y que ancha se quedó tu madre cuando te parió!"

Así se tiraron un montón de tiempo porque me volví a la cama, me dormí y cuando desperté ya era de día y ellos seguían erre que erre. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! ¡Hummmm, ensaimadas! - Y sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, la Cotilla se sentó a la mesa y en un momento se había comido cuatro. - ¿Usted no tiene colesterol? (le pregunté?) - Si lo tuviera lo vendería para poder llegar a fin de mes. Por cierto, no os las terminéis todas y me las llevaré para venderlas.

Cuando los abuelitos decidieron tirar la toalla estaban afónicos, agotados pero tan cabezones como siempre. Se sentaron a desayunar. Tomaron cola caos, ensaimadas y chinchón ¡LOS DOS!

De repente, la abuela se marcó un zapateado sobre la mesa de la cocina con sus estilettos amarillos. - ¡Eeeeeh, que te cargas la vajilla, abuela! - "¡¡¡LO HAS CELEBRADO, ANDRESITOOOOOO!!!" - El pobre se dio cabezazos contra la pared, furioso y la vibración hizo caer al pobre Pepe, de su repisa a mi tercera taza de cola cao poniéndome perdida.


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