martes, 27 de junio de 2023

Encima que he hecho un favor...

- ¡Socorro, socorrooooo! - gritaba la cristalera. Un vendaval se había levantado y amenazaba con hacer un estropicio en los cristales si lograba cerrar de golpe la puerta del balcón.

- ¿De dónde ha salido este viento? (pregunté al alimòn) - Nadie contestó porque el vendaval cerraba sus bocas, incluso la inexistente de mi primer abuelito. Por supuesto no esperaba que dijeran nada las bolas de polvo que habían salido volando al primer golpe de viento.

Algo que chocó contra mi estómago me dejó turulata. Pascualita, zarandeada por el huracán, acababa de estrellarse contra mi, lanzada por uno de los vaivenes con que, llegaban y se iban, las ráfagas. 

- Que raro... (me chivó la Neurona, que para eso está) - Boqueando como pez fuera del agua, me acerqué a la ventana de la cocina y desde allí descubrí el "misterio": El árbol de la calle, tan exagerado como siempre, sudaba a mares y para aliviar el calor, usaba sus ramas en plan abanico gigantesco, por eso el viento venía ahora sí, ahora no.

Tuve un repente y ya que estaba en la cocina, llené un cubo de agua y, desde el balcón, baldeé al gigantón vegetal. Inmediatamente se acabó el abaniqueo y el árbol abrió su bocaza para recibir el agua.  En seguida pidió más y más y me tiré media hora trajinando cubos de la cocina al balcón desde donde los vaciaba. Ahora tengo los brazos más largos. Me rasco los pies sin inclinarme.

Bedulio tiró una multa por debajo de mi puerta: ¡por tirar agua a la calle!

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