lunes, 26 de junio de 2023

Para luego es tarde.

 La llegada del rolls royce, aparcando en la parada del bus, levantó una oleada de pitos y me avisaron que la abuela había llegado. Pero no fue la abuela quién entró en casa esta mañana sino mi bisabuelastra, la Momia.

Estaba elegantísima aunque un poco desfasada del tiempo real en el que estamos: su vestido, de seda natural color de rosa, se lo regaló su madre, hace cien años, para ir a bailar charlestón, muy de moda en aquellos felices Años Veinte, en el Circulo Mallorquín.

- ¿Crees que le gustaré a quien tu sabes, nena? - ¿A mi primer abuelito? ¡Por supuesto!

Ya lo creo que le gustó, aunque también se dio cuenta de que era demasiado joven para ella. 

Cuando lo dijo, todos en casa protestamos con un sonoro: - ¿Y? 

De repente, mi primer abuelito se sintió como un crío ante la mujer de sus sueños y que sabe que es inalcansable para él. La timidez le impedía disfrutar del momento. Así que pensé que no hay nada como un buen rapapolvo para activar las neuronas y lo que haga falta.

- ¿Te parece bonito la comedia que estás haciendo? - El árbol de la calle también quiso decir algo. - Cántale el Rock de la Cárcel al oído. - Los doce comensales de la Santa Cena se unieron a nuestro rapapolvo aunque cuestionando lo dicho por el árbol: - ¿Por qué quiéres que la deje sorda perdida? - No he dicho eso... - Pues un rock and roll cantado al oído con vehemencia, es lo que hace.

La discusión se alargó un rato hasta que Pascualita, dando un salto mortal con doble tirabuzón y entrando en plan bomba en la pila de lavar del comedor, logró que le prestáramos atención. Y no dijo nada, como es su costumbre. Pero el abuelito tradujo.

- Dice que ¡Para luego, es tarde!

No nos quedó más remedio, a los personajes y a mi, que salir al balcón y estar allí, a pleno sol, hasta que la Cristalera, que había cerrado a cal y canto para velar por la intimidad de la pareja, abrió la puerta.



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