domingo, 18 de junio de 2023

Quejicas.

El vocerío dio fin a mi siesta- - ¡¿Qué pasa?! (grité saliendo al balcón)

En la acera estaban de gresca entre la escoba del barrendero y el árbol de la calle. - ¡Eres un guarreras! ¡Lo pones todo perdido con tus despojos! ¡Estoy harta de barrer siempre lo mismo: En otoño hojas secas y en junio tiras de piel del tronco! ¡Mira como está mi carro. ¡Lleno de tus miasmas! ¡Hablaré con el alcalde!

- Habla con quien quieras, corasón loco (contestó el árbol, guasón) ¿no ves la sombra que doy? ¡Pues eso es lo que vale, titi!

Los personajes de casa empezaron a tomar partido por uno y por otra porque, en esos momentos, no tenía nada mejor que hacer: El comensal de la Santa Cena de las treinta monedas de plata se encampanó diciendo: - ¡Para eso se te paga, monina! ¡Más de lo que te mereces!

La escoba se quejó amargamente: - Van a cambiarme por un soplador a pilas y tengo la moral por los suelos ¿Cómo voy a alimentar a mis escobillas de blanquear? ¡Si tampoco se blanquea!

Las bolas de polvo no podían ver a la escoba ni en pintura y se pusieron de parte del árbol  de la calle que, entusiasmado al contar con adictos, se puso a cantar el Brindis de la Traviata. Mi primer abuelito estaba a favor del nudismo, supongo que para un ánima el cuerpo no lo es todo.

Yo me encerré a cal y canto en casa hasta que la cristalera se quejó de calor y no tuve más remedio que abrir la puerta del balcón y dejar salir la catarata de sudores que se había formado a mis pies.

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