martes, 19 de febrero de 2019

Madame Nicotina y Pascualita, disfrutan.

Antes de llegar a la Torre del Paseo Marítimo oigo las sirenas de los coches de bomberos y ambulancias.

Me ha llamado Geoooorge - ¡You venir corriendou, boba de Coriau! - ¡La madre que te parió, inglés de las narices! Tu no estás autorizado a llamarme así. - A mi gustar nombre... - ¿Quiéres que te llama tonto de Londres? - Mi ser igual. Mi no ser de London.

Como es inútil hablar con el mayordomo le pregunté qué quería: - Madame decir que tu venir acá y ayudar a coger madame Momia. - ¡Y colgó!

Metí a Pascualita en el termo de los chinos, cogí una bicicleta del Ayuntamiento y esprinté hasta la casa de mi familia donde me encontré con un cacao de padre y muy señor mío.

Bomberos y enfermeros no hacían más que entrar y salir, al borde de un ataque de nervios. - ¡No hay manera de sujetarla! - ¡No he visto nada igual! - ¡Dejen paso, soy el exorcista de la Catedral! - ¡Tenemos que entrar, somos La Prensa ¡el cuarto Poder! - ¡A la cola como todos los demás! - ¡Que pasa! (grité) - ¡Fuera de aquí, indivídua!- ¡Soy su bisanietastra!

Los periodistas saltaron a mi yugular. - ¡¡¡Queremos saber!!! ¡¡¡Tenemos derecho a saber!!! - Y yo contesté, muy digna: - Solo sé que no sé nada. - Y me dejaron en paz.

A través de la ranura del tapón abierto del termo de los chinos, Pascualita no se perdía detalle. Y no dio señales de vida hasta que entré en la habitación de la Momia. Lo que vi fue para echarle de comer aparte: - La bisabuelastra se subía, literalmente, por las paredes. Andresito, teneroso de que su madre se hiciera daño, le imploraba que bajase. Con una voz cavernosa, gritaba: - ¡¡¡Quiero un pitilloooooo!!! ¡¡¡Mi reino por un pitillooooooo!!!

Cuando entró el cura, dispuesto a sacarle el demonio del cuerpo, la bisabuelastra corrió hacia el y le arrebató el incensario de las manos. Acto seguido aspiró el humo que salía del incensario... luego se lo devolvió a su dueño tirándoselo a la cabeza.

Entre tanto jaleo, nadie se dio cuenta de la presencia de una pequeña y rara sardina de aspecto estrafalario que había saltado a la cama revuelta y se dedicaba a escupir a quien se le ponía por delante. Más de cuatro personas llevaban ya uno de sus ojo fuera de las órbitas. También vi orejas desconmunales ¿y narices? A porrillo.

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