Ha venido la abuela ¡Que gran acontecimiento! Se ha dignado pisar la casa de una proletaria que está a dos velas. - Adelante, Señora.
Así la he recibido, inclinándome ante de ella y barriendo con la escoba el suelo que iba a pisar. Al principio le ha hecho gracia pero le ha durado poco y ha puesto fin a mi pantomima arreándome un capón que todavía me duele.
Se acercó a ver a su amiguita del alma, la sirena, que salió escopeteada del fondo del acuario para caer en sus manos con una horrible sonrisa en su extraña cara.
- "¡Aaaaaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyy mi chiquitina bonitaaaaaa! ¡La reina de los mareeeeees!¡La sirena más bonita del mundooooooo!
A la abuela se la oìa hasta en los rincones más lejanos del barrio y claro, la Cotilla no iba ser menos.
- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿De qué sirena hablas?- preguntó llegando a la cocina a paso de carga.
Salí al quite en cuanto escuché (pese a los gritos de la abuela) abrirse la puerta de la calle. Cogí a Pascualita y la lancé, en un gancho escorado, hacia el acuario... en el que no entró porque se estrelló, un poco, contra la rama del árbol de la calle más cercana a la ventana que, en ese momento, estaba abierta de par en par.
A la abuela se le congeló el grito en la garganta, - ¿Qué pasa con esa sirena que dices? (insistió la vecina) - Y yo respondí la primera tontería que me vino a la mente, seguramente chivada a mi neurona por el abuelito: - Añora aquella sirena que sonaba en las fábricas cuando terminaba la jornada laboral... - ¿Ahora te acuerdas de èsto con lo rica que eres? ¿No me digas que lo añoras? Si es que no está hecha la miel para la boca del asno.
Y se quedó tan ancha.
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