domingo, 6 de febrero de 2022

¡Salvada!

¡Lo que ha llorado el árbol de la calle mientras la hojita le contaba todo cuanto había visto en la playa! Tanto lloró que al poco tiempo se formó un gran lago con sus lágrimas en la calle. El Viento se sumó al espectáculo levantando olas a fuerza de bufidos y soplidos. Y el árbol pudo ver con sus ojos de madera, el mar Mediterráneo, embravecido y peligroso y fue feliz.

Desde el balcón de casa vi acercarse a los bomberos con su camión rojo y haciendo sonar las sirenas. No perdí detalle. Hay que ver lo que me gustan los uniformes. Como dice la abuela: te presentan una escoba uniformada y caes rendida a sus pies. 

Tuvieron que usar una bomba para achicar el agua llorada. De vez en cuando mi primer abuelito, en plan Superman, volaba sobre el lago artificial. Una de esas veces se acercó a mi: - Nena, creo que Pascualita está dando sus últimas boqueadas... Te lo digo por si te interesa ¡Hale! me voy a lucir un poco más el nuevo sudario. - ¡¿Dónde está la sirena?! (le grité antes de que desapareciera tras una nube que se asomaba, curiosa, a ver lo que pasaba.

- ¡Nadando en agua dulce! - ¡La madre que la parió! - Bajé a la calle a toda pastilla y sin pensarlo dos veces, me zambullí de cabeza en lago. El agua estaba helada y, a pesar de ello, tuve de bucear porque la medio sardina yacía en el fondo, sobre el asfalto de la calle. 

Cogiéndola por los pelo-algas, tiré de ella hasta sacarla a flote. Le pedí al árbol que  alguna de sus ramas le hiciera el boca a boca pero se negó. - Es algo que nunca haría un árbol, nena y no voy a ser yo quién empiece. 

Tuve ganas de mandarlo a paseo pero el deber me llamaba. Había que salvar a la sirena porque es única en el mundo y pensando en esbeltas y coloridas mariposas, le hice el boca a boca. La salvé pero desde hace horas, me dura el sabor de pescado. He probado con media botella de chinchón y que si quiéres arroz, Catalina ¡Puag!

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