martes, 1 de febrero de 2022

La explicació verdadera.

 - ¡Aaaaayyyy, en que lío me metió mi primer abuelito! De repente su amor de abuelo por mi le llevó a creer que los grandes modistos que le cosen sus maravillosos sudarios, están locos por conocerme y ofrecerme llevar sus obras de arte en mi cuerpo serrano que, viendo el del abuelito, creerán que es de sílfide. Y él no les ha sacado de su error porque los ojos de un abuelo ven a su nieta como la más bella del universo.

Tampoco yo tuve cuerpo para hacerlo, pobrecillo. Para un hombre que me mira con buenos ojos...  Acabó diciendo que me fuera con él al Más Allá. - Creo que no cumplo con todos los trámites, abuelito. No han publicado mi esquela... - ¡Que más da! viniendo conmigo tienes las puertas abiertas. - ¿También para volver a casa? - Naturaca. Ya te veo envuelta en sedas de mil colores... (y yo) Dáme la mano.

Se la tendì sin pensar que ese era el inicio de un viaje singular.

Como me daba un poco de reparo ir sola, meti a Pascualita en mi escote y entramos en la Dimensiòn Desconocida... Mejor dicho, a la cola que había en la puerta de dicha dimensión. Asombrada dije: - Hay más gente que para llegar a la cima del Everets ¡Jopé! - Era kilométrica y no me había traído galletas de Inca por si me entraba hambre durante la espera.

De nuevo sentí la mano del abuelito tirando de mi, saltándonos la cola y entrando al Más Allá por la patilla. La que se lió fuera fue de escándalo y sirvió, además de para ponernos a parir, para mandar a unos cuantos mal hablados a las calderas de Pedro Botero directamente. 

Los modistos me vieron y la ilusión de la espera se convirtió en excusas para salir por pies sin ofender a nadie. 

El abuelito no entendía nada. Finalment, Coco Chanel, colocó en mi cintura una camelia de seda, tamaño XXL que solo dejaba el descubierto mi frente. - La tienes bonita - dijo antes de desaparecer.

Al volver a casa, donde me dejó el abuelito encantado de su hazaña, estaba tan cansada que me dormì en el sofá de la salita sin pensar siquiera, en tomar un chinchón...

Y esta es la explicación, verdadera, de por qué ayer no escribí el relato de Pascualita.

 

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