Entró en casa por un descuido de la cristalera que se había abierto de par en par para disfrutar del sol tibio de ese día de febrero. Y lo hizo triunfalmente. De un salto espectacular se plantó sobre la mesa del comedor. ¡¡¡TACHAN!!!
Su presencia nos espabiló a todos, empezando por los comensales de la Santa Cena, hartos de vino tras una noche de juerga. - ¿Quién es ese? - ¿Un okupa? Pues aqui solo quedan las migas. a ver qué va a comer...
Pascualita, al verlo, se sumergió hasta el fondo del acuario y se encerró en el barco hundido después de cubrirlo bien con las algas. - No cambiará nunca, (me dije) Que arisca es.
El ojo-catalejo de Pepe enfiló su movimiento pausado hasta el recién llegado y no pareció gustarle lo que vio: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO (dijo mostrando su desagrado)
El árbol de la calle se sacudió las ramas con fuerza mientras las hojitas protestaban por el trato. - Cuanto más viejo, más pellejo. - dijo la más contestataria.
El recién llegado cogió su guitarra, se puso en pose y pasó los dedos, finos como palillos, por las cuerdas pero... no sonó. Y eso que todos estábamos expectantes, bolas de polvo incluídas. Entonces el intruso lloró ¡En mi casa! ¡Poniéndola perdida de mocos y lágrimas! - ¡Eh, eh! ¿qué confianzas son éstas, jodío (me salió del alma) ¡No me gustas, tío! - Y era verdad ¡No me gustaba!
Se tiró horas llorando el frustrado músico. Al final se durmió y pasamos de él. Acabé abriendo una lata de albóndigas con tomate y cuando rebañaba el plato, sonó la cuerda de la guitarra. ¡Que sorpresa! Pero, en lugar de aplausos solo consiguió abucheos hasta que, avergonzado, se fue por donde había venido y la cristalera se cerró a cal y canto.
- ¡Tanta gloria lleves como descanso dejes! (le grité asqueada)
A nadie le gusta tener un coronavirus en casa que, encima, es un despistado que toca la guitarra del revés - ¡Anda y que te den!
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