lunes, 21 de febrero de 2022

La paloma.

 

Se ha montado una algarabía en el balcón y no he tenido más remedio que asomarme para saber qué pasaba.

El árbol de la calle estaba apuradísimo porque las gorrionas que viven en él se habían revolucionado al posarse en una de las ramas, una paloma blanca como la nieve y con unas pestañas tan largas que, al moverlas, abanicaban media calle. 

- ¡Señoras, por favor, esta preciosid... digo, la paloma solo quiere descansar un poquito. - ¡¡¡Fueraaaaaa!!! A saber de dónde viene el pendón desorejado éste ¡Largo de aquí! - Es una paloma mensajera... Tiene que estar reventada la pobre. - ¡Que se vaya al balcón. Las ramas son nuestras!

La escandalera de las gorrionas se juntó con la de sus parejas que volvieron de sus tareas de cazamosquitos, alarmados por lo que les contaron los estorninos. - ¡¿Qué pasa aquí?! ¿Y estoooo? (dijo un recién llegado. - Se está mascando la tragedia, Mariano... - Y el Mariano cerró el pico.

Pascualita, asomada a mi escote, no quitaba los ojos de la paloma que, harta de tanto trino, saltó al balcón y me enseñó una de sus patas. Mi primer abuelito que siempre está al quite, me informó. - Lleva un mensaje. - Ah... pensaba que iba a bailar el Can Can.

El mensaje era una multa enviada por los municipales: por atentar contra la salud de dos agentes de la autoridad. - ¡Es injusto!  - Y sin encomendarme ni a Dios ni al Diablo, hice trizas la multa y dejé que los trocitos cayeran como confeti sobre los peatones.

Lo que no esperaba fue que la paloma que me atacara como un águila imperial. - ¡¡¡Pascualita, defiéndemeeeeeee!!! - Y ahí se armó el belén. Las gorrionas tomaron partido por la sirena y los gorriones por la paloma. 

La pelea fue rápida. El resultado fue: un desnudo integral de la paloma cuyas plumas estaban esparciadas por doquier. Y un muslo enorme, que no paraba de crecer porque Pasculita le había incado el diente.

No me quedó más remedio que darle un poco de chinchón para que no sufriera. Piando lastimeramente, dijo: Mi primer día de trabajo y llegaré borracha al cuartel... Bedulio me advirtió: ¡No te fíes!... ¡snif... ¡hip!

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