lunes, 7 de febrero de 2022

¿Marcianos?

De madrugada me han despertado unos ruídos extraños. Me costó abrir los ojos pero más me costó cerrarlos después. ¡Había intrusos en casa! Para amedrentarlos llamé: - ¡Cotillaaaa! ¿es usted quien anda por ahí? - No me contestó nadie.

Probé otra vez: - ¡Abuelitoooooo! ¿Has vuelto del Más Allá? - Cero respuesta. Y a pesar de mis gritos, los ruidos continuaron. Lamenté tener a Pascualita tan lejos, en el comedor, en su acuario y durmiendo a cola suelta. - No volverá a pasar (me dije) - Pero eso no calmó mis temores porque, un enorme letrero de neón rojo, se iluminó en la oscuridad del cuarto y decía: - Pobre de ti, sabrás tu si seguirás aquí mañana jajajajajajaja. - Las risas, además de leerlas también las escuchaba con el vello erizado como es preceptivo en las historias de miedo.

Lentamente fue pasando la noche entre cuchicheos, arrastrar de pies y algún que otro movimiento de sillas. 

Harta de estar a oscuras (salvo la ténue luz del letrero) y temblando como un conejo, cogí la linterna que guardo en la mesilla de noche, me tapé la cabeza con las mantas y encendí la luz. ¡Y un alarido espantoso, seguido de carreras por el pasillo que lleva al comedor, me paralizó por completo! - ¡¡¡Mi casa estaba llena de marcianos asustadizos!!!

Sudando a mares, de miedo, aguanté hasta que la puerta de la calle me indicó que la Cotilla acababa de llegar de sus trapicheos. - ¡¡¡COTILLA, COTILLAAA, COTILLAAAAAAA!!!- Nunca me había alegrado tanto de su presencia en casa. 

Salté de la cama, me lié en el edredón de plumas suecas y corrí como una enajenada para caer en brazos de la vecina  que, al ver lo que creía un espantajo del otro mundo, me dio tal bofetón que me mandó de vuelta a mi cuarto.

¡Que desconcertado estaba mi cerebro! Y entonces llegaron los gritos de la Cotilla: - ¡Nena, ven a ver ésto. Correeeee.!

Estaba de pie en el comedor, señalando, con el dedo artrítico, el cuadro de la Santa Cena: - ¡¡¡NO ESTÁN!!!

En efecto, no había nadie. 

Por la mañana el cuadro seguía vacío pero, gracias al árbol de la calle: - Hey, titi. Bajo el aparador hay un papelito... Si no fuera por mi...

Era una nota de los apóstoles. Decía que, hartos de llevar más de dos mil años cenando lo mismo cada día, se habían hartado y decidido asaltar MI NEVERA.

Y allí estaban. Helados y con las tripas abultadas.

 

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