jueves, 21 de noviembre de 2019

Buena suerte.

Después de tantos años juntas, Pascualita parece que quiere volver a su hábitat natural porque nunca se había tirado de cabeza al agua, o caldo, cualquier líquido y si está calentito mejor, como ahora. Por eso estoy todo el día con su nombre en los labios: ¡Pascualita, paraaaaa! Pascualita, te vas a abrasaaar!, ¡la madre que te parió, Pascualitaaaaaaa!

Cosa que no pasó inadvertida a la Cotilla que me oyó desde la calle. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaa! ¿Quién es esa tal Pascualita? - Pues... la hija de... ¡Pascual!

A la Cotilla le dio un patatús y cayó redonda al suelo. Se dio tal castañazo en la cabeza que tuve que emplearme a fondo para que volviera en sí. - Ay,ay,ay,ay,ay,ayyyyy... - La próxima vez que le de un telele procure caer sobre el sofá. Ha hecho tal estruendo que pensé que se había cargado las baldosas  y ¿a ver dónde encuentro unas iguales después de tantos años?

- ¿Mi amor tiene... una... hija? - ¡Claro! - ¿Está casado entonces? - ¡Clarooooo! - No tan claro. Podría estar divorciado. - ¡Que va, mujer! Ese no se divorcia. Por lo visto, de jovencito quiso meterse a cura. - ¡Ojalá lo hubiera hecho... ¡buaaaaaaaaa!

Que llorera le dio a la pobre. Me puso el suelo perdido entre lágrimas y mocos.

Pascualita aprovechó el rato en que no pude estar al tanto de ella, para meterse en la jarra del agua que estaba sobre la mesa de la cocina. Yo había dejado a la media sardina en el frutero, con los plátanos, pero se ha tirado de cabeza ¡al agua dulce!

La desesperación que le entró mientras se ahogaba le dio fuerzas y consiguió tirar la jarra al suelo. Menos mal que era de plástico y no se rompió. Por eso, cuando la Cotilla se fue, brindé seis o siete veces, con chinchón para celebrar el dineral que me he ahorrado porque, al final, no se rompió nada: ni baldosas, ni jarra... ¡HIP!

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