viernes, 1 de noviembre de 2019

Uno de Noviembre: Todos los Santos.

De camino a la cocina para preparar el desayuno, he mirado de reojo hacia el orinal aristocrático y un escalofrío ha recorrido mi columna vertebral. Un bicho raro ocupaba el sitio de Pascualita. - ¿Qué es eso? (me pregunté y corrí en busca de la escoba)

Después de arrear dos buenos escobazos al engendro, me di cuenta que se trataba de la sirena que aún llevaba el disfraz que le puso la abuela ayer. - ¡Aaaaaaayyyyyyyyy, pobrecita míaaaaaaa! (grité asustada y preocupada y me lancé a cogerla para darle cariñito)

El chirriar de los dientes de tiburón, afilados como navajas albaceteñas, hicieron que me replanteara la idea peregrina que acababa de tener. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaa! ¿Qué ha pasado, qué has hecho, boba de Coria? - ¿Por qué lo dice? - Te he oído desde la calle decir pobrecita mía en plan dramático. - ¿Yoooooo he dicho eso? Imposible. - Era tú voz. - Que no. - ¡Que sí! - ¡No! - ¡Sí!... Y así estuvimos casi una hora.

Un rugido ensordecedor punto final a la discusión. - ¿Qué ha sido eso? - ¡Truena en la Serra de Tramuntana.! - Me ha sonado a rugir de tripas, nena. - Y sin querer, miré hacia el orinal porque el ruido venía de allí... ¡Oh, no! Pascualita está muerta de hambre y la Cotilla sigue apalancada en el comedor.

Invité a la vecina a desayunar. - Ya podría haber traído ensaimadas. - No encontré ninguna en el contenedor de basura del súper... - ¿No puede comprarlas como todo el mundo? - ¿Comprarlas, yo, una pobre pensionista a la que no le llega la paga a fin de mes...? - ¿Y lo que saca del trapicheo? - En el momento en que meto ese dinero en el bolso es como si ya no lo tuviera. - ¿Qué hace con él después? - Hago rulos, cogidos con una gomita de las bolsas de galletas y los escondo por ahí. - ¿En el banco? - ¡Ni hablar! Luego se forran, quiebran y me quedo sin ahorros. - ¡Ajá! Lo ha confesado ¡tiene ahorros! - ¿Y? - Pues eso... ¿qué decíamos de ensaimadas? - Que vas a comprar unas cuantas. - ¿Ah, sí? No recuerdo yo... - Lo has dicho. - Vale... pues voy a por ellas...

En el pasillo, junto a la puerta de entrada estaba mi primer abuelito. Me saludó tirándome un beso con la mano. - ¡Adios, abuelito! - Y al ir a besarlo... desapareció.

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