lunes, 11 de noviembre de 2019

El bicho que se comió un voto.

Ha tenido que venir a consolarme la abuela porque, cuando me he enterado de la renuncia a seguir en política del presidente de Ciudadanos, me ha venido a la mente la imagen de Pascualita con el sobre entre sus dientecitos de tiburón, que acabó comiéndose:

- ¡Aaaaay, abuelaaaaaa, la culpa es mía por llevarme a la media sardina al colegio electoral! ¡Pobre hombreeeee!. Se ha quedado en la calle, sin trabajo. ¿Qué comerá ahora? ¿Dónde dormirá? Aaayyyy, no voy a poder vivir con este disgustooooooo

- "Nada, mujer, no te preocupes que, cuando menos lo esperemos, volverá a las andadas. Igual que hacen los toreros que se retiran tropecientas veces, de su profesión" - ¿En serio? - "¿Cuándo te he mentido yo?" - Pues... - "¡Calla! Tampoco hace falta que especifiques, boba de Coria"

Nos tomamos unos chinchones para que me subiera el ánimo nos fuimos a la Torre del Paseo Marítimo a consolar al abuelito que estaba de capa caída. - ¡Animo, hombre. Seguro que ganaréis la próxima vez! - Ay nena, Dios te oiga. Es muy duro pasar de ser el Rey del mambo en la política local y que todo el mundo babee al verte, doblen el espinazo ante ti, te ofrezcan comisiones a manos llenas, oigas el maravilloso clín, clín de los euros cayendo en tu cuenta corriente con alegría..., a no ser nadie. Que tiempos aquellos en que la gaviota volaba sobre la isla como Pedro por su casa... ¿Qué hemos hecho mal, Señor?

Mientras la abuela ordenaba a Geooorge preparar los bocaditos preferidos de su marido, yo le animaba dándole unas cuantas copas de chinchón para que fuese entrando en calor y olvidara lo que fue y ya no es.

Cuando el alcohol pintó de tonos rojizos su rostro me preguntó por el incidente de un bicho que se comió un voto. - Me han dicho que tu estabas allí, nena. - ¿Yooooooooooo? ¿quién te lo ha dicho? - Nuestro mayordomo inglés, darling.

¡Será traidor el hijo de la Gran Bretaña! - Entré de sopetón en la cocina y le lancé a Pascualita pillándolo de sorpresa. La sirena se enganchó a una oreja con los dientes que, acto seguido, se hinchó hasta conseguir el tamaño de las orejas de Dumbo.

Los gritos se escuchaban hasta en los yates del Paseo Marítimo. Los vecinos acudieron a ver como mis abuelitos daban tormento a su criado por preferir el Brexit en lugar de ser europeo. Para entonces yo ya había arrancado a Pascualita de un tirón seco que se llevó media oreja.  El espectáculo era sangriento. Y mientras, la sirena terminaba de comer oreja dentro del bolsillo de mi anorak.

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