lunes, 29 de enero de 2018

El juicio.

El juez resultó ser jueza. - Empezamos bien (me dije) - Y es que pensé que al juez podría camelármelo y quién sabe, convertirlo en el padre del biznieto. ¿Sería ésta una premonición de que las cosas irían mal para nosotras?

Cuando llevábamos un rato sentadas en el banquillo, la Cotilla y yo, apareció la abuela. Se dirigió, directamente, a la mesa de la jueza y señalándonos, dijo: - "Que conste que no conozco a ninguna de éstas dos delincuentes. Soy una señora y éstas... no sé ni como calificarlas ¿gentuza?" - ¡¡¡ABUELA!!! (grité)

- "¡Me ha llamado abuela! ¡Me está calumniando!" - La Cotilla aprovechó la ocasión. - ¡Cuéntale como acabó tu primer marido! - "¡Señora jueza, pare éste despropósito o se le irá el juicio de las manos!" -

La jueza agarró el martillo y a punto estuvo de cargarse la mesa con tato golpe. - "¡Siéntese, señora!" - ¡¡¡Aquí con nosotras. En el banquillo!!! -  (la Cotilla y yo nos lo estábamos pasando pipa) - ¡No os podéis hacer a la idea de lo emocionada que estoy, sentándome en el banquillo como Luis Bárcenas! ¡Estará orgulloso de mi!

La jueza perdió el color. - ¿De qué habla la acusada? ¡¿No me digas que, de un simple robo de unas flechas, voy a pasar a juzgar una parte de la Trama Gurtel? (le preguntó al Fiscal, que hizo muecas de ¡a mi que me registren!)

Bedulio, que también estaba presente, se levantó de un salto, gritando: - ¡Lo sabía! Ya han montado otro sarao ¡Yo me voy porque acabará saliendo el espíritu del abuelito primero!

Con la voz ya ronca, la jueza seguía pegando porrazos a la mesa - ¡¿También espiritismo?! ¡¡¡BASTA!!! Haremos un receso... o me va a dar algo.

Finalmente el juicio se aplazó, entre otras cosas porque Bedulio dijo que se iba y se fue. También porque Pascualita (la abuela la trajo en el termo de los chinos para que aprendiera lo que era un juício para cuando vuelva a su hábitat en el fondo del mar, por si hay algo que juzgar) saltó sobre el fiscal, harta de oír el griterío y porque lo tenía a tiro, y le mordió en salva sea la parte. Total que el pobre, después del espectáculo circense de saltos, carreras, gritos, lloros y moqueos que nos dio, no pudo sentarse porque toda aquella zona trasera se estaba convirtiendo en un inmenso "cojín" digno de admirar. Además tuvo que sufrir el tirón al arrancar a la sirena de tan "sabroso" bocado, del que se llevó un trocito que saboreó mientras la abuela la escondía en su escote.

Después supimos que el juicio se daba por terminado. Nadie estaba por la labor de ser mordido por el "ánima del primer abuelito" ... Y aquí paz y después, gloria.


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