jueves, 25 de enero de 2018

¡Presas!

Le dije a la Cotilla que iba a ser detenida en cuanto el Municipal dejara de gritar.

- ¡No puedo ir a la cárcel! ¡Tengo mis años! - ¡Ajá! ahora reconoce que es más vieja San Antón. ¡Igual que la abuela! - ¡Eso lo has dicho tú! - Y asustada por la represalia que pudiera caerle de la abuela, se giró para salir corriendo escaleras abajo pero... la manaza de la Ley le cerró el paso.

A pesar de la herida sangrante que le causé al desprender a Pascualita de un tirón seco y de que la mano ya era más grande que un pan de dos kilos, Bedulio cumplía con su obligación. Con la mano taponó la salida a la Cotilla. Esta se encabritó, abrió la boca e imitando el grito de Tarzán, nos dejó sordos.

Ahora el escándalo era a dúo. Los vecinos, espantados, entraron en sus casas y cerraron con llave. Yo iba a hacer lo mismo cuando vi subir a un chico jóven y desconocido, que no estaba mal del todo. Al llegar a la altura de la Cotilla tiró con fuerza de su bolsa y salió de estampida.

Todo fue tan rápido que no reaccionamos. La vecina añadió al grito de Tarzán el de ¡¡¡Ladróoooooon. Ladróooooooon!!! - Las puertas de los pisos se abrieron de nuevo - ¡¿Qué ha pasado?!

A empujones metí en casa al Municipal, que apenas se enteró a causa del dolor y del espanto con que se miraba la mano que continuaba creciendo, y a la Cotilla. La salita se convirtió en un mar de lágrimas y lamentos. - ¡Me estáis poniendo el suelo perdido, coñe! - Babas, mocos y lagrimones saltaban de los muebles al suelo y no me quedó otra que fregarlo y dejar el cubo y la fregona allí mismo de retén por si se activaban las lloreras.

La abuela llegó subida a sus tacones de aguja y luciendo piernas. - "¿Qué les has echo a éstos dos?" - ¡Nada! - ¡Me han robado, me han robado! (la Cotilla era la viva imagen de la desesperación) - "Pues quien haya sido, ya ha sido perdonado (la abuela es única para dar ánimos) porque ladrón que roba a ladrón (señaló con el dedo a la Cotilla) tiene cien años de perdón" - ¡¡¡Quiero mi bolsaaaaaaaaaaaaa!!! - "¿Esa porquería?" - ¡Lleva dos flechas dentro! Ya están pagadas y tengo que entregarlas ésta tarde. (se giró hacia Bedulio) ¡Venga, calzonazos, deja de llorar y deténlo!

Bedulio la fulminó con sus ojos hinchados. Allí se mascaba la tragedia y me aparté. Entregué a Pascualita a la abuela, quitándome de encima el "arma homicida" y nos sentamos a ver a la Esteban. La mano ya era más grande que la Cotilla y usándola como manopla, se llevó a la vecina al cuartel. Un cuarto de hora después, cuando la botella de chinchón que habíamos empezado hacía un ratito, ya iba por la mitad, llegaron dos municipales y agarrándome de los brazos, me llevaron con ellos. Les pregunté: - ¿La Cotilla ha cantado? - Como un ruiseñor. - ¡Maldita sea! - ¡Esa boca, chica!

La abuela, desde el balcón me gritó: - ¡¡¡Aprovecha, boba de Coria, que están muy buenos estos dos!!!

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