domingo, 29 de octubre de 2023

El gato.

Estaba el balcón abierto de par en par para que pasara el calorcillo agradable de un día de Otoño pero quién entró en casa fue un gato callejero. 

Tal vez atraído por el rico olor de la ensaimada del desayuno que salía a exhibirse cual descocada vedette de Revista antes de que Pascualita y yo nos la desayunáramos como hacemos todos los domingos.

El caso es que un gato desconocido subió por el árbol de la calle hasta la copa y de allí saltó al balcón en el momento en que unas bolas de polvo jugaban a perseguirse por el rayo de sol que iluminaba el suelo. Y el gato se fue a por ellas, tal vez sin mala intención pero el caso es que en un momento hubo polvo por todo. - ¡Eh, ya está bien! Que me tocará a mi recogerlo (se quejó la escoba).

 - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaa! - ¿Qué hace éste bicho aquí? - La culpa es del árbol de la calle por el que se ha colado sin pedir permiso, Cotilla. (dije sin pensar lo que decía) - ¿Del árbol? Estás como una chota, nena. 

La Cotilla no le dio mayor importancia y fue a su cuarto a guardar las ganancias resultantes de la "limpieza" de los cepillos de "sus" iglesias. 

Mientras, el gato curioseaba la pila de lavar del comedor. Pascualita también sintió curiosidad y subió a sentarse en el poyete. Los dos animales no se perdían de vista. Pascualita tenía todas las de perder en caso de ataque. Era mucho más pequeña que el gato y, encima, era un pez... o medio.

De pronto, Pascualita sacó a pasear su dentadura de tiburón. El gato dio tal brinco que acabó en el regazo de mi primer abuelito que pasaba por aquí, luego cayó sobre la mesa del comedor para salir como una exhalación por el árbol y perderse de vista tras la primera esquina.

Satisfecha, la sirena, tendida de espalda, se deslizaba lentamente por el agua de mar de la pila de lavar.

 

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