sábado, 7 de octubre de 2023

Los atunes.

En la tienda de los chinos del señor Li he comprado un atún hinchable para Pascualita pensado que, hace tantos milenios que no ha visto un sireno que lo mismo no se acuerda de cómo eran.

Al llegar a casa he echo aspavientos para darle mucha importancia al "regalito" - ¡Mira lo que te traigo! - Lo puse delante de su cara y no hizo ningún signo de reconocimiento. Moví el atún, como si nadara. Poco a poco la sirena fijó la vista y pareció despertar su curiosidad.

Alargó la mano para tocarlo y lo aparté, luego lo acerqué de nuevo. Estuvimos así, jugando al gato y al ratón hasta que la paciencia de la medio sardina se acabó y se tiró hacia su presa que, al recibir el primer mordisco, explotó. ¡Y menudo susto se llevó Pascualita! Dio tal salto que quedó colgada de la lámpara del comedor, junto a mi primer abuelito que aplaudió a rabiar la agilidad de la sirena. Pronto el aplauso fue general e, incluso Pepe lo jaleó son su OOOOOOOOOOOO. 

En previsión de que el atún de plástico se rompiera compré una caja llena de ellos. Y, aprovechando que Pascualita seguía por las alturas, puse otro en la pila de lavar del comedor. Muy poco rato después, éste también explotó. Lo que excitó de tal modo a la sirena que hasta cambió de color pasando del blanco-violeta mortecino al rosa fosfi hasta llegar a la plenitud del rojo pasión que para sí querría Satanás. 

Pascualita estaba desatada ¡era un arma de destrucción masiva! Todos salimos huyendo de los dientecitos de tiburòn... Menos mal que la Cotilla no llegó muy tarde del trapicheo...  Ahora parece una modelo de Picasso.

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