Dio la casualidad que, cuando C salía de casa llevando preso a Esmeraldito, llegaba la Cotilla. - Hola, querido ¿Qué haces aquí? - Comer paella de marisco y ... - ¡¿Perdón?! ¿Habrá quedado para mi? - No, señora (dijo C) cuando yo he llegado ya no había ni un grano de arroz.
La Cotilla empujó a los dos hombres que cayeron rodando escaleras abajo y entró en casa como un elefante en una cacharrería. - ¡Quiero el arroz que me toca! - "¿Un espía se lleva a tu novio y solo te importa el arroz? ¡No te lo mereces!" - ¿El arroz? - "¡El novio! Por cierto, la nena se ha hinchado de paella"
Me cayó tal bronca que solo faltó que la Cotilla me ordenara vomitar... - ¡Vomita, jodía! (ah, pues ya no falta nada)
Salí al balcón gritando a La Cristalera que no se abriera hasta nueva órden mía. Por la calle iban, renqueando, C y su prisionero camino de un coche fúnebre, con caballos entorchados, de los años cincuenta. Un montón de vecin@s, móviles en ristre, se hincharon a sacar fotos. - ¡Qué original! ¡Me pido uno así para cuando me toque!
La gente estaba entusiasmada pero se enfadaron bastante cuando los dos hombres entraron en él, arrearon a los caballos y se fueron trotando camino de no se sabe dónde. - ¡Hábrase visto cara más dura! ¡Se lleva al cliente vivito y coleando! - Será un político aprovechándose de su estatus para pasear de balde...
No hay comentarios:
Publicar un comentario