sábado, 28 de octubre de 2023

PRIMEROS AUXILIOS.

En la única maceta de mi balcón ha salido una florecilla, minúscula y humilde, salida de algúna semilla dejada allí por algún romántico gorrión que, sin pedirme permiso, la dejó caer y contra todo pronóstico, enraizó en terreno yermo. 

Bien pues hoy ha venido una abeja. Era una obrera con las patitas llenas de polen, indicando con ello que cumplía su horario laboral como mandan los cánones. Incluso lo ha sobrepasado porque, al salir de la flor, ha caído redonda al suelo.

- ¡Jopé! Menuda costalada se ha dado la obrerita.  (dijo el árbol de la calle que no puede dejar de meter las narices donde no le llaman) - Entonces fijó en mi su atención: - ¡Llama al 061 pasmada o piensas dejarla ahí! - ¿No será excesivo...? 

Me cayó una lluvia de improperios que inclinó la balanza hacia la Seguridad Social. Y el árbol seguía dando la vara: - ¡Hay que reanimarla! ¡Dale agua con azúcar! ¡Vamos, un, dos, un dos!... Ay, Señor, dame paciencia.

Me sentía aturullada por tanta presión. Entré en la cocina, cogí una cucharilla, la botella, un vasito y el azúcar y corrí de vuelta al balcón. - ¡Dale el agua ya, boba de Coria. que se desidrataaaaa! - Se la di y luego tomé yo un trago. Ahí me di cuenta de que no era agua sino ¡chinchón!

Hay que ver lo peligrosa que es una abeja borracha. Que se lo pregunten a los pobres de la ambulancia.



 

 

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