martes, 20 de noviembre de 2018

Encontré a Pascualita.

Cuando me di cuenta de que el termo de los chinos estaba vacío, un sudor frío recorrió mi espalda y pensé en que me caerían la del Pulpo cuanto la abuela se enterara de que había perdido a Pascualita ¡en la tienda del señor Li!.

Probablemente se la estaría comiendo. A los chinos les gusta mucho el pescado crudo y la sirena será para él bocatto di cardinale ¡Ay, ay, ay, ay la abuela me va a matar, trocear y meterme de carne picada en los espaguettis de mañana!

No podía volver a casa sin haber intentado, por lo menos una vez, encontrar o saber qué ha sido de Pascualita. Así que volví sobre mis pasos mientras las piernas apenas me sostenían a causa del tembleque. En la tienda no se veía a nadie y aproveché para llamar, por lo bajini, - ¡Pascualita, o Pascualita! ¿Dónde estás?...

Seguía sin ver a nadie y me fui adentrando en la boca del lobo... - Pascualitaaaaaaaaaaaaaaaa (murmuraba) - Seguí avanzando entre montones de mercancías apiladas a ambos lados creando pasillos interminables. Empecé a sudar porque recordé a un malvado chino que sembraba el miedo en las pantallas de los cines allá por los años cuarenta y cincuenta del siglo XX: ¡FUMANCHU!

¿Acaso el señor Li era una reencarnación del malandrín? Debo reconocer que llevaba las uñas pulcramente cortadas, no como el del cine que las llevaba larguísimas para arañar con ellas, supongo, o para urgar bien adentro de nariz y orejas, que para todo eso sirven las uñas.

Un grito desgarrador, salido de entre tanto cachivache, me puso los pelos de punta. Luego vinieron gritos en chino que no entendí pero comprendí: ¡Parecía el resultado de un ataque de Pascualita!

Corrí de la Ceca a la Meca, chocando con pijamas, gafs de sol, lámparas de pilas, juguetes, flores de plástico, tornillos, etc. etc. etc... Al doblar una de las esquinas choqué de frente contra un trozo de carne amorfa que, por un pequeño orificio de lo que fue su cara, soltaba gritos de dolor. - ¿Señor... Li? (pregunté, a riesgo de equivocarme porque aquel rostro era irreconocible) - ¡Siiii!... ayyyyyyyyyyy  ¡¡¡GAMBA GOLDA MOLDEL A MI!!! - ¡¿Se la ha comido?! - ¡NO PODEL. ELLA COMEL A MI!

Entonces, entre los enormes hinchazones, descubrí a la sirena comiendo ¡no quise saber qué! de la cara del pobre señor Li. Cerré los ojos, tiré con fuerza y escondí a Pascualita en el bolsillo de mi añorak, mientras, ella siguió comiendo lo que tenía en la boca, tan tranquila.

Cogí una botella de chinchón de una estantería y se la di al pobre Li. - Bébasela toda (le recomendé) - Dijo que sí con la cabeza mientras gruesos lagrimones salían de las finísimas ranuras de sus ojos. Cuando me iba hacia la calle, haciendo un esfuerzo sobrehumano, el chino susurró: - ¿Tu pagal chinchón? - Pues... - ¡Tu pagal! - ¡Que jodío!

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