viernes, 30 de noviembre de 2018

Andresito pide refugio-político-familiar, otra vez.

Cinco de la madrugada. Suena el teléfono. Es la abuela.- "¡Nenaaaaaaaaa! Estáte al tanto del timbre de la puerta porque Andresito va para allá. - zzzzzzzzz... ¿Ein?... - "¿Pero es que siempre tengo que encontrarte dormida? ¿Cómo vas a encontrar novio así?"

Cuando pregunté el por qué de la visita intempestiva del abuelito, obtuve ésta respuesta: "Viene a pedirte asilo-político-familiar porque, viendo que entran en la cárcel tantos compañeros de partido, teme que también vengan a por él y como sabe que Bedulio no entra en tu casa, no lo buscarán allí" - ¿Habéis trajinado mucho chinchón en el El Funeral esta noche, verdad?

El caso es que, por una cosa u otra, siempre tengo al abuelito refugiado en casa, cosa que alegra las pajarillas a la Cotilla que no desaprovecha la ocasión para echarle los tejos y quitárselo a la abuela. - No lo conseguirá ¿no ve que está colado por ella? - Mira, me he pintado los ojos como las modelos de Julio Romero de Torres. Le haré una caída de pestañas y rodará a mis pies, redondo y sin puntilla.

No la quise ofender, simplemente le puse un espejo delante para que se viera. En lugar de ojos morunos y gitanos, parecían de oso panda. Pero no se dio por enterada, ni siquiera cuando Andresito, que venía de comprar el periódico, se la encontró de golpe y gritó como si lo estuvieran matando. ¡Hasta un síncope le dio! Afortunadamente unos tragos de chinchón lo devolvieron a la vida.

- ¿Te has fijado, nena? (me dijo la vecina, encantada) Ha sido verme y desmayarse. Si es que, a una mujer como yo, le basta con restaurarse un poco para ser resultona... Quién sabe si el idilio entre tu abuelito y yo ya ha empezado...

Solo de pensar que episodios cómo éste se pueden repetir todos los días que dure la estancia de Andresito en casa, se me abren las carnes. Para evitar problemas llamé a la abuela y se lo conté: - La Cotilla va a por todas. - No hizo falta decir nada más. En diez minutos el rolls royce aparcaba en la parada del bus con la abuela hecha un basilisco. Abrí la puerta y entró repartiendo pescozones: el primero para la Cotilla, el segundo para Andresito y el tercero, debido a la inercia del brazo, iba para mi pero se paró a tiempo.

Mientras aquellos dos se retorcían de dolor, la abuela, Pascualita y yo nos tomábamos unos chinchones para celebrar que el curso de los acontecimientos habían vuelto a su cauce.


No hay comentarios:

Publicar un comentario