sábado, 3 de noviembre de 2018

La cristalera.




 He visto a Bedulio en la calle y a punto he estado de ir a contarle que no entraron ladrones en casa. Que fui yo quien hizo los destrozos. Pero luego he pensado que mejor dejar las cosas como están, no vaya a ser que me pasen la factura del médico al que tuvo que acudir para tratarle de los nervios...

Así que me  he dedicado a limpiar la biblioteca. Es que al pasar por su lado me ha parecido que tenía puertas de cristal. Y me he alegrado porque siempre quise ponerle unas para que los libros no cojan tanto polvo. El caso es que no recordaba cuando fue eso. Como los cristales se veían empañados fui en busca de periódicos viejos, agua y amoníaco. Pascualita, sentada en el borde del acuario, no me quitaba ojo. Afortunadamente ya no llevaba ni rastro de maquillaje pero se veía igual de siniestra.

De repente saltó a la mesa del comedor haciendo palanca con su cola. - ¿Quiéres aprender a limpiar cristales, monstruíto? ¿Para qué si en tu hábitat no hay... o sí? ¡Claro, los del Titanic! Pues observa cómo se hace.

Mojé una bayeta en el agua con amoníaco, la escurrí y la pasé con energía por los crist... ¡No había cristales! Ya me parecía a mi pero como quedaba tan bien...  Era una enorme y tupida tela de araña que ya tenía solera de años. ¿Tanto tiempo hace que no cojo un libro?... La culpa la tiene la Esteban por engancharme a sus programas ¡La demandaré!

Pascualita seguía mirando mientras yo pensaba que ¡menudo trabajo me había echado a la espalda! No es lo mismo limpiar unos cristales que quitar los libros, limpiarlos uno por uno y volver a colocarlos por temas o escritores ¡Y encontrar a la araña! No puedo dejarla allí o un día me levantaré de dormir y toda la casa estará tricotada.

Pensé que no era oportuno tomar una decisión como ésta en caliente. Porque yo estaba muy enfadada. De modo que cogí a la sirena, me senté con ella en la salita a tomar un descanso y unas copitas de chinchón. Después, más relajada, ya tomaré una decisión sobre lo que haré.

Cuando entró la Cotilla. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! - Me encontró terminando de colocar, lo mejor posible, la telaraña.

- ¿Se puede saber qué haces, boba de Coria? - Arreglar esta obra de arte que me brinda la Naturaleza en estado puro y que, sin querer, he roto un poco. - Pero si es... - Un verdadero trabajo de artesanía. - ... una telaraña. - Dicho así suena mal pero, si se fija en la perfección del trabajo, pensará como yo.

La Cotilla me miró, asombrada, hasta que se le desató la lengua - ¡Tu eres una guarra!

No hay comentarios:

Publicar un comentario