viernes, 16 de agosto de 2019

El nuevo hábitat de Pascualita.

Ahora no tengo dónde meter a la sirena y he recurrido, una vez más, a la Momia: - Hola bisabuelastrita ¿cómo estás? - Bailando samba con mis cubanitos-culito-respingones.

Esta mujer va a entrar en el libro Guiness de los Récords porque no creo que haya nadie con los ciento y pico de años a cuestas que tiene ella, que tenga su ritmo y su alegría de vivir. Los que no sé si aguantarán mucho más son los cubanitos.

Costaba trabajo entenderse en aquella habitación, frente a la bahía de Palma, por lo fuerte que tenían la música. - ¡¡¡¿Empiezas a estar sorda?!!! (pregunté con toda la delicadeza de la que soy capáz aunque, a grito pelado, la delicadeza se notara poco)

- ¡¡¡¿Por qué lo preguntas, nena?!!! - ¡¡¡Por la música. Está un poco fuerte.!!! - ¡¡¡Claaaaaaaaaaaaaro. La música hay que escucharla así, para que el cuerpo vibre y no perdamos el ritmo... ¿Querías algo?!!! - ¡¡¡Sí. Necesito el orinal de porcelana para una temporadita!!! - ¡¡¡Ya sabes que le tengo mucho cariño. En él se han sentado muchos culos ilustres de la política, la iglesia, las finanzas... desde hace dos siglos!!! - ¡¡¡Lo cuidaré como oro en paño!!! - ¡¡¡¿Por qué no te compras uno de plástico en la tienda de los chinos?!!! - ¡¡¡Es chabacano!!! - ¡¡¡Y mi orinal, muy valioso. Toma, veinte euros y le compras uno al señor Li. Estará contento y yo también!!!

No me quedó otra de que irme de vacío. Entré en la tienda de los chinos y, de repente, al pedir el orinal al señor Li, que quiso despacharme, me sentí ridícula. - ¿Olinal pala ti, boba de Colia? jijijijijijiji ¿Quelel también Dodotis? jijijijijijiji - ¡La madre que lo parió! - No es para mi. Es para ... la Cotilla. - ¡Tu mentil como bellaca! - Sus ojillos oblícuos no dejaban de reír.

Sacó un montón de modelos y colores, los puso sobre el mostrador y sin importarle que hubiera gente, me preguntó: ¡Que talla de culo tenía!

Cogí el orinal más grande, solté los veinte euros y salí corriendo para casa.

Pascualita, sentada sobre el frutero de la cocina, no me quitaba ojo. Cuando vio que ponía la arena, las algas y sobre todo, el barco hundido, le entró un frenesí por zambullirse en lo que supo que era su nueva casa, que corrí a por las gafas de sol por si, con los nervios, me tiraba un chorrito de agua envenenada a los ojos.

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