lunes, 19 de agosto de 2019

Tórrido agosto.

Este Agosto quiere que nos acordemos de él para siempre y lo está consiguiendo... por lo menos hasta que llegue el próximo. El surtidor de la Rambla, a mi lado, es un pardillo. Saco yo más líquido por los poros de mi cuerpo que él por su chorrito de principios del siglo XX.

Así que, con Pascualita metida en el termo de los chinos, he ido a la playa. Allí también estaré mojada pero al menos cambiaré de ambiente.

Existe otro motivo para irme de casa con la que está cayendo en la calle. Y es que no quiero que me encuentren los cobradores de multas.

Con un bocadillo de sardinas en la mochila, un botellín de agua y otro de chinchón, he andado camino hasta la costa y plantado mi toalla frente al mar mientras la sirena, que venía oliendo a salitre desde que salimos, está inaguantable.

He cambiado la bolsita de acero donde la metía para bañarse en el mar por la jaula de un canario muerto de una vecina que ha bajado al contenedor para que se la lleven los basureros. Como a las horas que yo voy a penas hay gente, estamos muy separados unos de otros y nadie se ha fijado en mi cuando he entrado con la jaula, con Pascualita dentro, en el mar.

Al principio no se fijó en los barrotes y se dio de bruces contra ellos. Inmediatamente me enseñó los dientes de tiburón y yo hice amago de sacarla del agua. Eso la calmó un poco y pude nadar aunque, aguantando la jaula, no pude lucir mi estilo impecable.

Al salir del agua puse la jaula en la arena, a mi lado y saqué las galletas de Inca para comérmelas tan ricamente, sentada en la toalla. Las compartí con Pascualita y le di a beber unos sorbitos de chinchón para que me dejara en paz.

Le dio por rebozarse en la arena hasta quedar convertida en una croqueta y, poco a poco, se  durmió. Entonces disfruté del panorama: un enorme crucero estaba llegando a Palma en busca de su lugar de atraque. Es asombroso ver un barco tan grande hacer esa maniobra hasta dejarlo en el muelle.

Mientras estaba con la boca abierta, por el rabillo del ojo he visto que alguien se acercaba tan lentamente como el trasatlántico. Era el señor Li observando la maniobra y solo tenía ojos para el barco, a mi no me miraba, ni siquiera sabía que yo estaba allí, cada vez más cerca..., más cerca..., más cerca... hasta que, ¡PATAPAM! se ha sentado encima de mi. - ¡¡¡SOCORRROOOOOOOOOO!!! - he gritado y del susto, se ha tirado de cabeza al agua donde ha quedado con la cabeza clavada en la arena de la orilla y las piernas hondeando como banderas al viento. Gracias a eso he podido salir corriendo sin que viera a Pascualita

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