jueves, 1 de agosto de 2019

La abuela peca de pardilla.

Menos mal que se ha ido el abuelito. Pensé que emigraba a la Conchinchina pero, no. Ha vuelto con su mujer y me ha puesto a caer de un burro. Naturalmente, la abuela se ha puesto de parte de su marido y me ha llamado para darme la bronca padre.

- "¿No te da vergüenza asustar a así al pobrecillo?" - Pero si empezaste tú... - "Lo que yo haga con mi marido es cosa mía" - No me pude callar. - ¡¿Igual que hiciste con mi primer abuelito?! - "¡Lo mismo! Son cosas de matrimonio y tú ahí, ni pinchas ni cortas." - Espero que a éste no te lo carguessss...

Me daba cuenta que rezumaba mala baba pero me había embalado y no podía parar. - ¿También pedirás ayuda a la Cotilla? - "¡Nena, estás sacando los pies del tiesto!"

Sin darme cuenta cada vez hablaba más fuerte. Los vecinos de los pisos altos no tuvieron que venir al rellano a pegar la oreja a la puerta para enterarse de qué iba la cosa. Pascualita, sentada en el borde de la olla exprés, no me quitaba ojo.

La abuela, hecha una furia, derivó la discusión hacia otro tema: las fotos. - "He visto las que le diste a Andresito ¿Me las has quitado?" - Estaban en tu cantarano. Hay más. - "¡Ni se te ocurra mirarlas!" - Llegas tarde, forastera, jejejejejejeje (me estaba tirando un farol porque ni siquiera las había ojeado pero ahora el gusanillo de la curiosidad me estaba picando)

- "¡¡¡Te voy a denunciar!!!" - ¿A Bedulio? jajajajajajaja ¡Echale un galgo a ese "valiente"! - "¡¡¡AHORA VOY A TU CASA Y TE VAS A ENTERAR DE LO QUE VALE UN PEINE!!!" - Y  colgó... ¿Por qué, de repente, me temblaban las piernas?

Cuando el rolls royce aparcó en el lugar prohibido de siempre, me pareció que la escandalera de los pitidos era más fuerte que nunca. Todos los ruidos: el chirriar de la puerta de abajo; el motor del ascensor; la llave girando dentro de la cerradura de casa; los pasos apresurados de la abuela por el pasillo; y lo más estremecedor de todo: el rechinar de los dientes de tiburón de Pascualita, afilándolos, mientras no apartaba sus ojos, permanentemente abiertos, de mi, contribuían a que mis nervios estuvieran a punto de saltar por los aires.

La abuela entró en su antiguo cuarto. Rebuscó en los cajones del cantarano y apareció en el comedor con unos sobres en las manos, triunfante. - "¡Menos mal que no has tocado nada, boba de Coria! - Compruébalo si quieres... - "No hace falta, con la sangre de horchata que tienes..."

Y se fue tan contenta mientras ¡su partida de nacimiento! descansaba en mi bolsillo.

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