viernes, 23 de agosto de 2019

¿Trescientos?

Una gran agitación movía mi cuerpo dormido hasta hacer que el subconsciente se diera por enterado y me permitiera abrir un ojo legañoso. - ¿No he movido el... frasco del... jarabe de la tos antes... de usarlo...? Yo diría que... sí. - Cumplida la misión de intentar enterarme de lo que pasaba, el ojo se cerró de nuevo pero, antes de que el sueño se adueñara por completo de mi, una nueva sacudida, esta vez seguida de bramidos de dinosaurios furiosos, me despertaron. - ¿Ha chocado ya... el meteorito? - pregunté con voz pastosa.

- "¿Cómo puede dormir como una ceporra ésta mujer? ¡Despierta ya, coñeeeee. Tus vecinos ya lo han hecho!" - Hola, abuela... ¿ya han desaparecido de los dinosaurios? - "Sí, hija, sí. Y tú aquí, sin enterarte de nada" - Creo que los he oído... - "Tendrías que escuchar campanas de boda y hacer un biznieto de una puñetera vez"

La cosa era que la abuela quería contarme una historia a pesar de la oposición de Andresito. - No son horas para contarla. Después no podrá dormir la pobrecilla. - "¡¿Quién? ¿ésta? Pero si se duerme en el palo de un gallinero."

Miré de reojo el reloj de la mesilla de noche: eran las tres y media de la madrugada.  - ¿Me has despertado para contarme una historia? ¿No puedes esperar a mañana? - "No, porque me hubiese perdido la extinción de los dinosaurios, boda de Coria"

El abuelito salió de mi cuarto. La abuela apagó la luz del techo y dejó la lamparita encendida. Del termo de los chinos sacó a Pascualita y antes de que pudiera impedirlo, me la puso, fría y mojada, sobre el pecho. En la negrura de la noche, el alarido que solté salió por la ventana y fue rebotando de finca en finca y llegó a todos los oídos del barrio.

Las luces encendidas de todas las ventanas ponían un falso aire de fiesta porque lo que privaba en el vecindario era el sobresalto, el susto y la rabia de sueños partidos. La abuela, sin inmutarse, empezó el relato. - "... y el concejal de Manacor visitó el cementerio... Se encontró con unas dependencias que tenían tres habitaciones tapiadas... ¿Qué habrá ahí? ¿el dinero de comisiones cobradas hace tiempo y ocultadas a la espera de tiempos mejores para disfrutarlo?... El concejal ordenó que abrieran aquellas puertas....

- ... y apareció el horror: huesos, cajas, momias, cadáveres por doquier. Unos trescientos dicen que hay... ¿manacorins?...  ¿Por qué no están enterrados como debieran? ... Se traspapelaron (ha sido la respuesta)... ¿Trescientos?... "

- ¿Y? (pregunté, angustiada, viendo que la abuela recogía a Pascualita) ¿Me vas a dejar así?

La abuela y la sirena tomaron el último chinchón antes de dormir. Yo insistí: - ¡¿Abuelaaaaaaa?!

Por toda respuesta dijo: "Ahora, duerme... si puedes, alma cándida." - No he podido ¡que jodía!


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