lunes, 5 de agosto de 2019

¡No sale la pintura, oiga!

¡Estoy quemada por fuera y por dentro! Todo el santo día me he tirado limpiando hojitas del árbol de la calle, con un sol e justicia y un calor que me ardían hasta las pestañas. Y total ¿para qué? Para ná... (¿el río Paraná se llama así porque alguien, quizá Pepe antes de que se lo cargaran los jívaros, pensó que, juntando las palabras para y ná, salía un nombre muy sonoro para bautizar con él al gran río americano?)

Este profundo pensamiento es uno de los muchos que han pasado por mi cerebro mientras trataba de llevar a cabo un trabajo imposible porque ¡ni una sola hoja se ha despintado! ¿Qué clase de pintura me vendieron? ¿Una fabricada para las paredes de la Gran Pirámide de Egipto y que milenios después saliera guapo su interior en las fotos de los turistas?

He comprobado que los pájaros son unos rencorosos de tomo y lomo. En lugar de agradecer lo chulos que dejé sus nidos, me han picado y aleteado en tropel. Aquello era un no parar de trinos furiosos y ataques directos a los ojos.

Opté por saltar a mi balcón para huir de aquellas fieras y a punto estuve de chafar a Pascualita. Había saltado de la olla exprés al suelo y luego, reptando, reptando, había salido al balcón, quizá atraída por la escandalera pajaril.

- ¡¿Estás loca?! Casi te espachurro. - Pero la sirena pasó de mi olímpicamente y siguió reptando ¡hasta caerse a la calle! . Grité: - ¡¡¡PASCUALITAAAAAAAAAAAAAA!!! - mientras cerraba los ojos para no ver como, al chocar contra la acera, se convertía en una mancha sanguinolenta con olor a pescado.
 
Levanté, ligeramente, un párpado y no vi mancha alguna, pero sí a la abuela metiéndose en el bolso a una alegre Pascualita que no paraba de  hacer la señal de OK porque estaba con su amiga. Poco después, se perdían calle abajo a bordo del rolls royce.


No hay comentarios:

Publicar un comentario