viernes, 30 de agosto de 2019

Cotilla, pesada.

No puedo despegarme a la Cotilla. Esta noche se ha pasado de la raya cuando ha intentado meterse en mi cama. - ¡¿Está loca?! - Si viene Pascual me daré cuenta y por fin, lo conoceré. - ¡Fuera de aquí que hace calor! Además, queremos nuestra intimidad y con usted por en medio no la tendremos... - No pongas tantas pegas, boba de Coria. - ¡Que se largue he dicho!

Hizo como que se iba pero cuando desperté, sobre las cinco de la madrugada, roncaba a mi lado. No perdí tiempo despertándola. Fui a por Pascualita que se enfadó mucho porque dormía a cola suelta, y la dejé caer en el escuchimizado pecho de la vecina. - ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAH!!! -

¿Qué pasa, Cotilla? - Me ha...  tocado el dedo frío... de la muerte... - Se me olvidó decirle que algunas noches viene a verme mi primer abuelito... ¿A dónde va?

Parecía mentira que unas piernecitas enclenques como las suyas, tuvieran tanta vitalidad. Arreó un portazo y corrió como un gamo delante de los cazadores.

Pascualita se quedó a dormir conmigo. Cuando desperté la Cotilla seguía en mi cuarto dando porrazos, con una zapatilla, en mi cama. De repente recordé que no estaba sola. Pascualita estaba en peligro.

Acurrucada entre las arrugas de las sábanas, la sirena se encogía a cada zapatazo. Afortunadamente, no había sido herida pero no se la veía a gusto allí.

Conseguí arrebatarle "el arma de destrucción masiva" y la tiré por la ventana. - Hale, ya está bien. Se ha quedado sin zapatilla por pesada. - ¿Estás segura? jajajajajajajaja

¡YO me he quedado descalza! Dichosa Cotilla

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