jueves, 25 de febrero de 2021

El caballo.

 Estaba más aburrida que un mono cuando, no sabiendo que hacer, puse a Pascualita en el frutero de la cocina y a Pepe en un plato hondo por si le da por llorar y decidí contarles algo: una receta de cocina, los misterios del rosario, el boom del turismo en Mallorca allá por los años cincuenta... Algo se me ocurrirá, pensé, pero una cosa es decirlo y la otra que ocurra.

Empecé con la receta de la tortilla de patatas pero la pobre sirena la tiene ya tan sabida que me escupió en un ojo. Menos mal que soy licenciada en quiebros, aunque después tenga que darme friegas en el lomo, y no me dio.

Mi primer abuelito, al saber, telepáticamente, que iba a contar algo, se descolgó del florescente para tomar las de Villa Diego. Fue entonces cuando me vino a la cabeza el caballo (que nadie ve) del Obispado. Y como es cosa de fantasmeo y de eso él sabe mucho porque es uno de ellos, se quedó con nosotros. Además, empecé mi alocución diciendo: voy a reivindicar la figura olvidada de uno de los personajes más importantes de la historia del Caballero Coc y el Drac. Me aplaudió y tanto Pascualita con sus manitas palmeadas y Pepe lanzando su OOOOOO, le acompañaron.

El caballero Coc cortejaba, en la lejana Edad Media, a una señorita de Palma que vivía en el barrio de la Catedral. El llegaba con su caballo desde la otra punta de la isla. Y así fue como se enteró de que había un Drac que se comía cuanto bicho encontraba. Atacaba por la noche, cuando aquellas callejas estaban oscuras como boca de lobo

Y una noche, cuando ya se retiraba para volver a su pueblo, unos ojos malignos brillaron en la oscuridad y tanto el caballero Coc como su caballo no salieron corriendo como conejos. Atacaron al monstruo al que solo intuían pues, en aquellos tiempos, no se habían inventado las bombillas.

El caso fue que Coc mató al Drac y se lo ofreció a su amada, a la que llamaban Coca. Desde entonces el Drac se apellidó, de na Coca. Y se le puede ver, algo apolillado, en el Museo del Obispado. El bicho era un cocodrilo.

El caso es que la historia se cuenta sin nombrar al valiente y sufrido caballo. Quizá por ésto se ha tomado la revancha plantándose en el patio del Obispado y espera a que alguien, en éste caso yo, le descubra y lo salude.

Mi primer abuelito gritó: ¡El caballo, el caballo es cojonudo. Como el caballo no hay ningunooooooo!

 

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