miércoles, 10 de febrero de 2021

El vendaval.

 Nunca he visto un árbol más miedoso que el de la calle. Tiembla como un conejo cuando le atacan las rachas de viento y llama a los cristales de la ventana y el balcón. - ¿Qué quiéres? - ¡Entrar! - ¡No cabes! - El viento me arrancará las ramas. - ¿Y qué problema hay? Ya te saldrán otras. 

La cristalera del balcón que es muy sensible, me pregunta que si le puede abrir. - Imagina que entra ¿qué pasaría con nosotras? Tendríamos que irnos a la calle con el vendaval que hace. - Ya, pero... - ¡Ni pero ni pera! Si se te rompe un cristal o me cae una maceta en la cabeza, ni lo uno ni lo otro se regeneran. ¡Y no hay más que hablar!

Se ha pasado media tarde llorando, inundándome la casa. Debe ser una llantina muy contagiosa porque  se le han unido ¡Pascualita! (quién me lo iba a decir) soltando lágrimas verde fosfi, Pepe el jibarizado que canaliza las lágrimas por el ojo-catalejo y forma un reguero que me sirve para regar las plantas. Otro que se ha apuntado al lagrimeo ha sido mi primer abuelito. - ¿Y tú por qué lloras? - Por compañerismo. - ¡Pues me estáis dejando la casa hecha un mar! 

De la boca del árbol salió la música de un Miserere que me puso la carne de gallina. - ¡Calla ya, malaje! - Pero siguió a lo suyo y no me quedó más remedio que abrirle . La cristalera del balcón batió las dos puertas como si fuesen palmas de alegría y la primera rama pasó hasta el comedor.

Fue peor el remedio que la enfermedad porque el árbol cambió el Miserere por Guantanamera, con tanta potencia que el vendaval, al ver superado su silbido, lo potenció más y en pocos segundos un huracán entró en casa, habitación por habitación, encontró a la Cotilla a punto de encender las velas del altar para los Amigos de lo Ajeno ¡y se la llevó!

- No sabe lo que ha hecho. - murmuró mi primer abuelito con un deje de ironía. - ¡Nenaaa, saca el chinchón!

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