jueves, 11 de febrero de 2021

Se aclara el misterio.

 El viento ha amainado. No se mueve ni una hoja de los árboles y la tranquilidad ha vuelto a la ciudad pero quien no ha vuelto es la Cotilla. ¿Dónde estará?

Por muy bestia que sea el viento, debería tener un mínimo de educación y, una vez acabada su tarea, devolver lo que se ha llevado: sábanas, postes de la luz, toldos, la Cotilla... bueno pues, no lo ha hecho. No quiero pensar mal pero, tal vez, la vecina se haya ido a Madrid, aprovechando que el viaje le salía gratis, para ver a su gurú en las salidas, o entradas, de los Juzgados.

Porque si es así ¡me va a oir! Tiene la salita empantanada con velas, velones y velitas y si cree que voy a dedicarme a encenderlas como rogativa para los Amigos de lo Ajeno, ¡lo tiene claro!

Pascualita me oía despotricar como el que oye llover. Sentada en el borde del acuario masticaba un boquerón que había cogido subiéndose a la encimera de la cocina. 

Se pasa el día reptando por todo y si quiero encontrarla miro junto a la nevera o la despensa, o bien subida donde huele que hay comida.

Me llamó la abuela: - "¡Has tenido noticias de la Cotilla?" - Parece preocupada por su amiga, lo que me hace abrir la boca para decir: - Cuando vuelva llévatela a la Torre del Paseo Marítimo, abuela. Necesitáis estar juntas los pocos telediarios que os quedan por ver.

El CLIK del teléfono al colgarlo a mala uva, me puso sobre alerta. ¡Me he pasado siete pueblos! Y eso trae consecuencias.

Mi primer abuelito ha revoloteado a mi alrededor: - He visto a la Cotilla, nena. -¿A que está en Madrid? (quedó perplejo) - ¿Cómo... ? Ahora es Santa Ana... (pensé que no había entendido bien) - ¿Perdón? - Que es Santa Ana en una Iglesia del viejo Madrid. El viento la estampó contra la pared y allí está en plan fresco, como si la hubiesen pintado ayer. - ¿Está espachurrada? - Yo la he visto encantada. Chafardea con las beatas que están encantadas con ella por lo que habla. Al paso que va, pronto empezará el trapicheo.

Se abrió la puerta de casa. La abuela entró como un tren de alta velocidad, me arreó un pescozón que me tuvo dando vueltas como una peonza, más de media hora y se largó ¡Que rencorosa es!


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