sábado, 3 de septiembre de 2022

La Cotilla.

 La Cotilla no cabe en sí de alegría. - ¡Tú no sabes lo que es pasar bajo una obra y que todos los albañiles te silben y piropeen, boba de Coria! - Y usted ya no debía recordar cuando fue la última vez que le ocurrió eso ¿verdad, Cotilla? - Claro que me acuerdo ¡No ocurrió nunca! Todas las alegrías se las llevaba tu abuela cuando salíamos juntas.

Escondida entre las algas del acuario, Pascualita escuchaba atentamente los logros de su amiga del alma y hacía la V de victoria con sus deditos palmeados. Entonces quise ver su reacción fantasmeando de levantar pasiones pero la Cotilla me cortó para decirme: -  Eso no te lo crees ni tú. - Miré de reojo a la medio sardina: tal como hacía Nerón, tenía el pulgar hacia abajo ¡que jodía!

Y todo por la exuberancia de pectorales que tiene la Cotilla gracias a Pascualita. O sea, que no es mérito de su naturaleza sino de unos dientes antidiluvianos y el mal genio de su dueña.

Poco a poco, la hinchazón va cediendo. El vestido ya no parece que vaya a romperse de tirante que le quedaba... porque la Cotilla solo tiene un vestido y lo ha llevado tooooda su vida. Es el mismo modelo que le gustó cuando era una jovencita y lo ha repetido hasta la saciedad, temporada tras temporada. Nunca ha comprado un paño para el polvo, ni bayeta para limpiar o fregar el suelo. Para eso están los vestidos que van quedando raídos. Se cortan y ya está. ¡Ahorro al canto!

Un día tendré que enterarme de cuál es el capital que guarda en la faltriquera, o en un calcetín. No sé, pero tiene que estar forrada doña Pedigüeña.

 

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