Cuando el árbol de la calle me ha visto, desde la ventana de la cocina, coger la bolsa de basura (¡Pero si es que estoy vigiladísima por tierra, mar y aire, puñetas!) me ha dicho que no coopero con la salvación del medio ambiente y, por el tonillo que ha empleado, solo le ha faltado ponerse en jarras.
- ¡Ya lo creo que sí! Mira, la tengo repartida en varias bolsas: la verde para el cristal, la amarilla para... - Esas puedes bajarlas cuando quieras. Pero no bajes la orgánica a las 10 de la mañana - He intentado protestar pero todos en casa, desde mi primer abuelito que se aparece cuando menos me lo espero, a los comensales de la Santa Cena y todos los demás, señalaban con dedos acusadores a la bolsa negra llena de la clásica basura que llevaba en la mano: - ¡¡¡¿Y ESTO QUE ES, BLANCAFLOR?!!!
Pepe el jibarizado no señaló porque no tiene con qué pero no se quedó atrás en su protesta: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO.
Pascualita esperó que me acercara a la mesa de la cocina para saltarme encima desde su taza de cola cao, donde permanecía agachada para atacarme. Lo primer que vi llegar fue la dentadura de tiburón, me agaché y la sirena fue a parar a la rama del árbol de la calle más cercana. - Hale, ahí te quedas a pasar calor ¡lista!
Y yo, sintiéndome la reina de Saba, más lista, incluso que Salomón, cogí la bolsa y bajé la basura a deshora... Diez minutos después subí a casa con una multa de ¡300 euros! en el bolsillo de la bata que me puso Bedulio.
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