viernes, 2 de septiembre de 2022

Pascualita y el celo de nunca acabar.

Era noche cerrada cuando la voz de Pepe el jibarizado despertó a toda la casa. Cuando mi neurona, dormida como yo, profundamente, empezó a enterarse de lo que pasaba  y me lo transmitió pasaron unos diez minutos en los que surgió una pregunta por mi parte: Si es una cabeza hueca y reducida ¿cómo puede gritar con tanta potencia?- La respuesta de la neurona fue: - Porque se entrena, boba de Coria.

Fui a la cocina. Al encender la luz, una de las ramas del árbol de la calle entró por la ventana a enterase de lo que pasaba, que era lo siguiente: Pascualita estaba junto a Pepe clavándole los dientes en el cogote hueco en plan dominatrix perdularia.

De un tirón seco le arranqué al jibarizado que siguió gritando como si lo estuviesen matando: - OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO 

La sirena quedó desconcertada y para cuando se dio cuenta de que era yo quién le había arrebatado su juguete sexual, ya me había puesto las gafas de bucear para evitar que sus buchitos de agua envenenada me dieran en los ojos.

El enfado de la medio sardina era descomunal - ¿Pero tú no habías terminado ya el celo, alma de cántaro? - El bicho no atendía a razones. Era una fiera corrupia desatada y despechada y cuando menos lo esperaba saltó hacia mi con la dentadura de tiburón abierta de par en par, Menos mal que me agaché a tiempo y se estampó contra el pecho de la Cotilla que llegaba del trapicheo nocturno.

La que se lió fue de tal calibre que despertó al vecindario. 

Llamaron a los Municipales, a la Policía Nacional, a la Guardia Civil, al Alcalde... -  ¡Que la echen de una vez a ésta tiparraca! - ¡Pedían mi cabeza, mi exilio y yo no había hecho nada! Salí al balcón a protestar mientras la Cotilla se bebía, a morro, tres cuartos de chinchón para calmar el dolor.

El árbol de la calle me llamó temeraria. De pronto, la puerta de casa se abrió y entraron vecin@s en tropel en trajes de noche: pijamas y camisones. ¡Venían a por mi pero quedaron extasiados ante el pecho de la Cotilla que, tumbada en el sofá de la salita, "disfrutaba" de un coma etílico. Delante de muchos pares de ojos, el pecho crecía y crecía, alcanzando tallas descomunales y haciendo babear a más de uno. Solo Bedulio salió por pies a pesar de la órden de su jefe de detenerme por escándalo pùblico.

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