martes, 2 de mayo de 2023

Campanas.

Mi primer abuelito apareció en lo alto de la lámpara del comedor con un sudario de Oscar de la Renta que emitía el tañido de la campana grande de la Catedral de Palma.

Media hora de campaneo fue excesivo para las paredes de casa que organizaron una protesta, junto con los vecinos de mi finca y adyacentes. 

La calle se llenó de gente vociferando pero, como no se les oía, era gracioso ver como, todos a una, abrían la boca y la volvían a cerrar al ritmo del ¡¡¡TALAN, TAN TAN!!!

Las paredes mostraron sus bocas a través de unas inmensas rajas, a cual más artística, que iban del techo al suelo y viceversa. Ahí me enfadé. Y mientras mi primer abuelito cruzaba la casa  volando a ras del techo, dejando tras de sí la artística escandalera, yo le preguntaba, inutilmente claro, - ¿Vas a pagar tú el arreglo de los desperfectos? - Una risa cascabelera y contagiosa, salía de, donde en vida, tuvo las cuerdas vocales.

En una de las pasadas que mi primer abuelito dio sobre la pila de lavar del comedor, Pascualita dio un salto superlativo agarrando con su poderosa dentadura de tiburón, la cola del sudario. Pero me bastó con mirar la cara de sorpresa de la sirena para darme cuenta de que su boca estaba vacía. Por primera vez había "degustado" un alma inmortal.

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